TweetLAS MANOS DE ANDRES
(Escrito por nuestra amiga Nelly Antokoletz)Tras años de ausencia, nos encontramos dentro del cálido ambiente del restaurante, ubicado sobre avenida de Mayo, en el centro de Buenos Aires.
Era un verano caluroso y húmedo.
Lo esperé en la puerta del hotel donde me alojaba. Mis ojos se paseaban por las aceras y calle, para ver su llegada.
Cuando apareció, sentí de inmediato el calor humano que irradiaba su persona, él, Andrés, el hombre que había llenado mi vida con apasionado amor.
En nuestras miradas se reflejaron casi treinta años de imborrables recuerdos: Amor, frenesí, pasión incontrolada, cariño profundo y verdadero.
En ese instante, revivieron fuertes afanes que nos poseyeron durante un lapso bastante largo, cuando se fundieron nuestros sentimientos, en uno solo, años antes.
Un caluroso abrazo y partimos hacia el lugar en donde podíamos recordar lo nuestro, a pocos pasos del hotel.
Un mozo atendió el pedido y me pareció un ángel! No nos importaba qué íbamos a comer, ya que un alimento nos estaba nutriendo el alma, mucho más poderoso que el pan.
Andrés, desde su asiento frente a mi, tomó mis manos entre las suyas. Tuve el privilegio de percibir física y animicamente, el fuego intenso de sus manos, contenido después de treinta años de separación, de lejanía, de ausencias.
Las manos de Andrés me transmitieron una onda imposible de relatar. Grandes, tibias, llenas del amor de antes, huecos en donde se hundieron las mías huyendo de la tristeza y la realidad. Potentes, suaves, cariñosas, inolvidables.
Manos que me amaron en los años de la juventud, y que aún conservaban el fuego intenso que siempre me había producido su contacto.
Fué por última vez.
Esa última y completa vez que volvió a reeditarse el milagro de amar sin posible relato, el tesoro que vive dentro del alma y cuyos senderos fueron esas manos, desde donde emanaba calor, las manos de Andrés, amadas para siempre, que apresaron las mías seguras, con el placer definitivo.
Después, el adiós, sin saber que esa sería, realmente, la última vez .
Hoy, sus manos, esas manos reveladoras de riqueza espiritual, amor sin engaños, amor verdadero, están convertidas en polvo , en cenizas, y a pesar de su ausencia eterna... son el símbolo de la fuerza con que dos pueden amarse hasta la eternidad.
Las manos de Andrés serán infinitamente mías, y su calor puedo sentirlo dentro de mi estructura, de mis sentimientos, de mis recuerdos, y como algo que jamás podrá deteriorarse con el paso de los años, de la vida, de los siglos, porque están allá, arriba, vagando por el universo , sus manos y las mías, entrelazadas para siempre.
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Las manos de Andrés