Por
encima de los volcanes,
encanecidos
por el invierno,
con
alientos que en sus planes
tienen
pintar de blanco eterno.
El
brillo del cielo se atenúa
la
pradera tranquila ensombrece
y
la mirada de él continúa
en
el cosmos que florece.
La
espesura de la hierba
refresca
los pies del visitante,
que
quieto sólo observa
todo
fulgor distante.
Aparecen
vivos destellos
que
impulsan su imaginación
a
unir cada uno de ellos
en
una sin par constelación.
Toman
de su amada el retrato;
radiante
por su hermosa sonrisa,
en
sus ojos el destello innato,
tersa
piel con edad sin prisa.
Alzando
la mano para acariciar
el
rostro preciado de la dama
que
en las estrellas puede mirar
y
que su corazón proclama.
Una
lejana luminaria resbala,
el
enamorado sigue su paso
hasta
donde el infinito regala
el
viaje montados en Pegaso.
Se
elevan juntos en el paseo,
enlazados
en cariñoso abrazo.
Sus
labios se funden en deseo
y
sus cuerpos en divino lazo.
La
noche entera de marco sirve
para
integrarse en único Ser,
mientras
la pasión hierve
sin
intención de desaparecer.
El amante dormido ha quedado.
En
verde lecho reposa sonriente
porque
el cielo le ha brindado
el
más hermoso presente.
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