Se llamaba Sara y era la más calladita de la clase, no había podido superar ciertos problemas de dicción, hablaba cortadito como en telegrama y ante la burla general prefería comunicarse con gestos, miradas, sonrisas. Era muy cariñosa, tenía las manos muy suaves, la mirada muy dulce y un angelical rostro que se llenaba de luminosidad cada vez que sonreía. Por ser muy alto y desgarbado y por haber tenido siempre aspecto de mayor, los chicos solían burlarse de mí, entendía pues muy bien a Sarita cuando se encerraba en sí misma frente a las exageradas risas de todos, cada vez que quería expresar alguna opinión o emitir alguna frase.TODO EL AÑO, NAVIDAD
(Escrito por nuestro amigo Luis García Alvarado)La época navideña tenía un encanto especial para los niños de la escuela, arreglábamos los salones con todo lo que podíamos encontrar y preparábamos el pesebre hipnotizados por esa magia inefable que tiene la navidad. Como siempre Sarita hablaba poco y se retraía de tal manera que casi no participaba de nuestro desbordado entusiasmo.
Ese año la maestra nos propuso hacer algo diferente, había escuchado hablar del “nacimiento viviente” y quería presentar algo así para el día de nuestra fiesta navideña, hoy en el día esta es una actividad muy frecuente en las escuelas pero por aquellos años nadie la conocía, por lo menos no en nuestro pueblo.
Una vez que la maestra nos explicó en qué consistía aquello, nos entusiasmó la idea y procedimos en seguida a la selección de los personajes. Tres niñas del salón se ofrecieron de inmediato para representar a la Virgen María y no se lograba un consenso sobre el tema, no faltaron los voluntarios para disfrazarse de camellos, escogieron al más gordito para buey y por supuesto exigieron al menos estudioso disfrazarse de mula. Para el ángel anunciador y para los reyes magos los acuerdos fueron muy rápidos y como siempre por burlarse de mi, alguien propuso que yo fuera San José con el irónico argumento de que no necesitaba mucho para parecer un viejo. La acogida fue general, desde ese momento entre burlas y risas empezaron a llamarme San José. Herido por la forma en que fui seleccionado me negaba a aceptar el rol a pesar de que todos insistían, las tres candidatas a Virgen María se pronunciaban unánimemente a favor, pues decían con sarcasmo que si tenían que casarse con un viejo preferirían que fuera yo.
La maestra Josefina era una persona mayor, sin embargo era muy amorosa y gozaba del afecto de sus alumnos, usó todos los argumentos para tratar de convencerme, su empeño era inútil pues yo me seguía negando, hasta el momento en que me explicó que si aceptaba el papel, ella me permitiría elegir a mi acompañante en el pesebre, me tocaba pues seleccionar a la Virgen María. De inmediato las burlas terminaron y me volví el más popular para las chicas, cada una se presentaba delante de mí, haciendo un despliegue de sus encantos, sin embargo la decisión estaba tomada, le pedí a Sarita que fuera mi Virgen María. Los reclamos no se hicieron esperar, las demás se sentían ofendidas, relegadas por una insignificante niña que ni siquiera podía expresarse correctamente. Los desacuerdos dividieron al grupo, las palabras subieron de tono, yo me mantenía en mi decisión y finalmente con el mejor criterio, la maestra Josefina decidió que no había nada más lejano al espíritu navideño que esta desunión y nada tan vergonzoso como el escándalo que habíamos provocado con nuestros destemplados gritos, por tal motivo la actividad no se realizó.
En medio de tanta confusión, ella me tomó de la mano y me llevó hacia el pasillo, me miró con sus ojos profundos y expresivos, acercó su rostro al mío, tuve que inclinarme mucho, rozó ligeramente sus labios en los míos y me dijo dulcemente “San José, yo Virgen María para ti siempre.”
Muchas navidades han pasado desde entonces, soy ahora un viejo grande y solitario, no obstante, sigo creyendo en el milagro de la navidad. Hasta hace poco me daba el trabajo de armar el pesebre, ubicaba cada personaje en el lugar que le correspondía, colocaba al niño a la medianoche del día veinticuatro y desarmaba todo el seis de enero durante la celebración del día de reyes. Cada año repetía mi rutina, siempre con igual cuidado, con igual esmero, con la misma ilusión. No lo hago más… Una nochebuena al colocar el niño en mi viejo pesebre, creí sentir la cálida mirada de la Virgen María, me incliné hacia ella y pude escuchar las palabras que jamás olvidé, me incliné más y miré con detenimiento aquella pequeña muñeca de cerámica, reconocí al momento su sonrisa luminosa y pude sentir el brevísimo y delicado roce sobre mis labios. Olvidé quitar mi pesebre la noche de reyes, es más, lo olvido cada año desde entonces.
Piensan los demás que la soledad terminó por perder mis sentidos, lo que ellos ignoran es que gracias a mi Virgen María soy el único que puede disfrutar cada noche durante todo el año, el indescriptible milagro de la navidad.
Luis García Alvarado.