Era una adivina tan buena, tan buena, que no sólo adivinaba el futuro sino también el pretérito pluscuamperfecto del subjuntivo.EXAGERACIONES
(Aportación de Elizabeth Moreno)
Era tan alegre, tan alegre, que nunca comprendió la ley de la gravedad.
Era tan alto, tan alto, que se comió un yogurt y cuando le llegó al estómago ya estaba caducado.
Era tan alto, tan alto, que tenía una nube en el ojo.
Era tan alto, tan alto, que en la cabeza tenía pájaros.
Era tan alto, tan alto, que no tenía "sien" sino mil.
Era tan alto, tan alto, que hacía la digestión diez horas después de haber comido.
Era tan alto, tan alto, que cuando miraba hacia abajo le daba vértigo.
Era tan alto, tan alto, que por las noches se ponía una luz roja para que los aviones no chocaran con él.
Era tan avaro, tan avaro, que no pelaba patatas, las lijaba.
Era tan avaro, tan avaro, que no prestaba ni la menor atención.
Era tan avaro, tan avaro, que no se ponía al sol para no dar sombra.
Era tan baja, tan baja, que se ponía enferma para que el médico le diera de "alta"
Era tan bajo, tan bajo, que para atravesar la alfombra tenía que llevar brújula.
Era tan bajo, tan bajo, que la cabeza le olía a pies.
Era tan bajo, tan bajo, que no tenía "sien" sino cincuenta.
Era tan bajo, tan bajo, que cuando escupía tenía que subirse a una silla para no ahogarse.
Era un bebé tan feo, tan feo, que su madre en lugar de darle el pecho le daba la espalda.
Era un bebé tan feo, tan feo, que lo tuvo que parir la vecina porque a su madre le daba vergüenza.
Tenía la boca tan grande, tan grande, que para hacer gárgaras necesitaba dos litros de agua.
Tenía la boca tan pequeña, tan pequeña, que para decir tres tenía que decir uno, uno, uno.
Tenía la boca tan pequeña, tan pequeña, que sólo podía comer espaguetis.
Era tan borracho, tan borracho, que para separarlo de la botella tenían que usar sacacorchos.
Era tan bruto, tan bruto, que no usaba peine sino serrucho.
Tenía la cabeza tan pequeña, tan pequeña, que no le cabía la menor duda.
Era una calle tan ancha, tan ancha, que en lugar de pasos de cebra tenía pasos de elefante.
Era tan calvo, tan calvo, que se cayó de espaldas y se golpeó en la frente.
Era un calvo tan bajo, tan bajo, que los limpiabotas le sacaban brillo a la calva.
Era tan calvo, tan calvo, que no tenía ni un pelo de tonto.
Tenía la cara tan ancha, tan ancha, que con un ojo veía el sol y con el otro la luna.
Era un cartero tan lento, tan lento, que cuando entregaba las cartas eran documentos históricos.
Era una casa tan grande, tan grande, que la familia tardaba varios días en reunirse.
Era una casa con un pasillo tan largo, tan largo, que sacaban la sopa hirviendo de la cocina y llegaba fría al comedor.
Era una casa tan pequeña, tan pequeña, que cuando entraba el sol tenían que salirse todos.
Era una casa con el cuarto de baño tan pequeño, tan pequeño, que para peinarse tenían que sacar el codo por la ventana.
Era una casa con las ventanas tan pequeñas, tan pequeñas, que no entraban ni las moscas.
Era una cazador tan malo, tan malo, que los conejos en lugar de huir le pedían autógrafos.
Era una charca tan seca, tan seca, que las ranas llevaban cantimplora.
Era una chica tan mona, tan mona, que sólo comía cacahuetes.
Era un coche tan malo, tan malo, que en lugar de matrícula tenía suspenso.
Era tan conformista, tan conformista, que se cayó por la ventana de un quinto piso y se consoló pensando que tenía que bajar por tabaco.
Era una curva tan cerrada, tan cerrada, que más que curva era una circunferencia.
Era tan débil, tan débil, que si parpadeaba se caía para atrás.
Era tan delgada, tan delgada, que para hacer sombra tenía que pasar dos veces.
Era tan delgada, tan delgada, que cuando tomaba sopa se le calentaba la ropa.
Era tan delgada, tan delgada, que se tragó una aceituna y parecía que estaba embarazada.
Era tan delgado, tan delgado, que se hizo un traje de mil rayas y le sobraron novecientas noventa y nueve.
Era tan delgado, tan delgado, que cuando se duchaba no se frotaba mucho para no desaparecer.
Era tan delgado, tan delgado, que trabajaba limpiando mangueras por dentro.
Era tan distraído, tan distraído, que se pasó dos horas delante del espejo pensando dónde había visto antes aquella cara.
Era tan entrometido, tan entrometido, que no sólo leía las cartas ajenas, además las contestaba.
Era tan feo, tan feo, que se ganaba la vida asustando niños.
Era tan feo, tan feo, tan feo, que cuando iba al zoo tenía que comprar dos entradas, una para entrar y otra para salir.
Era tan fuerte, tan fuerte, que se pasaba el día doblando las esquinas.
Era un futbolista tan malo, tan malo, que la única vez que metió un gol lo falló en la repetición.
Era tan gafe, tan gafe, que se sentó en un pajar y se clavó una aguja.
Era tan gorda, tan gorda, que se hizo un vestido de flores y acabó con la primavera.
Era tan gordo, tan gordo, que cuando se pesaba de la báscula salía una tarjeta que decía "por favor, suban de uno en uno".
Era un hospital con las habitaciones tan pequeñas, tan pequeñas, que los enfermos tenían que sacar la lengua en el pasillo.
Tenía la lengua tan larga, tan larga, que los que pasaban a su lado se la pisaban.
Era tan lento, tan lento, que cuando tiraba una moneda al aire caía al día siguiente.
Era tan lento, tan lento, que compitió en una carrera como único participante y llegó el último.
Era tan madrugador, tan madrugador, que por las mañanas se levantaba antes de que pusieran las calles.
Era tan mentiroso, tan mentiroso, que cuando llamaba a su perro para darle de comer no se lo creía.
Tenía una mirada tan penetrante, tan penetrante, que donde fijaba la vista quedaba una señal.
Era un niño tan delgado, tan delgado, que aunque iba al colegio le ponían falta.
Era un niño tan feo, tan feo, que cuando jugaban al escondite nadie le buscaba.
Era un niño tan pelota, tan pelota, que iba botando a la escuela.
Era un niño tan tonto, tan tonto, que lo llevaron al cine y exclamó: "¡qué televisión más grande!"
Era tan optimista, tan optimista, que puso un negocio de venta de hielo en el Polo Norte.
Era tan parlanchina, tan parlanchina, que no se pintaba los labios sino los codos.
Era tan pequeño, tan pequeño, que se encontró una canica y exclamó: "¡el mundo en mis manos!"
Era tan pequeño, tan pequeño, que se ahogó en la sopa.
Era tan pesimista, tan pesimista, que cuando se declaró a su novia le preguntó: "¿quieres ser mi viuda?"
Tenía las pestañas tan largas, tan largas, que cuando parpadeaba abanicaba.
Tenía los pies tan grandes, tan grandes, que era más alto acostado que de pie.
Tenía los pies tan pequeños, tan pequeños, que jugaba al fútbol con una canica.
Era tan pobre, tan pobre, que sólo era "po"
Era tan presumida, tan presumida, que se casó con su espejo.
Era tan previsora, tan previsora, que tuvo gemelos para tener un hijo de repuesto.
Era un pueblo tan húmedo, tan húmedo, que hasta las ranas tenían reuma.
Era un pueblo tan pobre, tan pobre, que los semáforos eran en blanco y negro.
Era un pueblo tan pobre, tan pobre, que el arco iris salía en blanco y negro.
Era un pueblo tan sano, tan sano, que cuando inauguraron el cementerio tuvieron que ir al pueblo de al lado a por muertos.
Era tan rápido, tan rápido, que el mismo día que nació, creció, murió y lo enterraron.
Era un río tan estrecho, tan estrecho, que sólo tenia una orilla.
Era un sabio tan despistado, tan despistado, que no inventaba nada porque se le olvidaba.
Era tan sucia, tan sucia, que se compró una casa redonda para no tener que barrer los rincones.
Tenía un sueño tan pesado, tan pesado, que amanecía debajo de la cama.
Era tan tímido, tan tímido, que antes de desvestirse le daba la vuelta al retrato de su novia.
Era tan tontín, tan tontín, que le llamaban campana.
Era tan tonto, tan tonto, que se compró una radio nueva porque no le gustaban las emisoras.
Era tan tonto, tan tonto, que no se compró una mesita de noche porque no sabía donde ponerla de día.
Era un tren tan largo, tan largo, que cuando los pasajeros se subían en Madrid ya estaba en Guadalajara.
Era un tren tan rápido, tan rápido, que antes de salir ya había llegado.
Era una vaca tan flaca, tan flaca, que en lugar de dar leche, daba pena.
Era tan vago, tan vago, que de no moverse echó raíces.
Eran dos vecinas que vivían tan cerca, tan cerca, que cuando una pelaba cebollas, la otra lloraba.
Era un verano tan caluroso, tan caluroso, que las gallinas ponían los huevos fritos.
Era un verano tan seco, tan seco, que las vacas daban leche en polvo.
Era tan viejo, tan viejo, que cuando era niño no montaba en los caballitos sino en los dinosaurios.
Era tan viejo, tan viejo, que lo seguían los buitres.
Era tan viejo, tan viejo, que no lo trajo la cigüeña sino un pterodáctilo.
Era tan viejo, tan viejo, que fue a comprar un ataúd y se lo llevó puesto.
Era tan viejo, tan viejo, que cuando iba al colegio no había clases de historia.
Era un vino tan añejo, tan añejo, que hasta la botella estaba arrugada..