NUESTROS OJOS
Tal vez...
(Escrito por nuestro amigo Cristian Orjuela)
Tengo el teléfono en la mano y solo quiero llamarla. Parcera venga y me abraza tengo mucho frío y hace días que no la veo, venga y acá tomamos tinto bien oscuro para que nos despierte.Venga ya, que no quiero quedarme solo más tiempo, venga y nos metemos al monte, vemos la ciudad desde arriba donde tal vez la ven los que se lanzan de los edificios, venga y pase con cuidado por entre la oscuridad, venga y me abraza que tengo frio.
Conseguimos esa noche abrazarnos y quitarnos el frío, me encanta recostarme sobre sus mejillas es como si me quitaran un peso de encima, cálmese y no haga que le vuelva a decir que no volveré, siga durmiendo Parcero, sepa que primero hay que saber sufrir y sentir frío, luego puede recostarse sobre mis mejillas, sobre mi pecho si quiere pero cálmese, siga durmiendo parcero abráceme, con calma, cójala suave, vea que ya se puso muy oscuro y usted sabe lo peligroso que es cruzar el puente cuando se carga la muerte encima...
No me da miedo, pensé que algún día conseguiría un pedazo de ese cielo que la gente anhela, hay gente que se pasa la vida buscando un pedazo, pensando que encima de las nubes que aún queda algo vivo, Dios creó el mundo y luego nos echó, ¿en donde vivimos? Cuando pregunto eso la gente me dice que ya lo había pensado y que no le importa, Dios no existe nunca existió, y los más ortodoxos creen que la culpa fue nuestra; él nos hizo buenos y nosotros nos volvimos malos, simple.
Hey. no me hable de eso que Dios hace años se fue de éste País, creo que Dios está en el despacho atendiendo asuntos y consumando pactos, aléjese parcero que no me deja caminar, y gastamos tanto amor los primeros días, que al cabo de unos meses nos retorcíamos el pecho, donde ya no quedaba ni siquiera entendimiento.
Bajábamos del centro a su casa por una calle curva que llevaba hasta la cuadra de las flores. La ciudad se alumbraba por las luces de Navidad que tanto me molestaban y velitas que los niños prendían sobre andenes que mañana tendrían que ser limpiados con cuchillos viejos.
Eso, esa noche no me molestó, me asombré de estar caminando a su lado, con tanta noche, con tantas luces, con tantas velas que se apagaban y tanta soledad unida. Éramos dos sombras caminando juntas arrastrando todas nuestras añoranzas, la música que ya no estaba de moda, los libros que aún teníamos por leer y los labios que esa noche no debíamos besar.
Llegando por la calle más obscura, a dos cuadras de su casa, frenamos en una tienda, reuní las monedas que quedaban en mi bolsillo más cercano y construí una torre de ilusiones, usted tomó mi mano y salimos al parque, el ritmo de la conversación fue tan fuerte que empezó a bailar en medio del pavimento, sacudía su vestido que se infiltraba entre la noche y las monedas que aún no terminaban de salir de mi bolsillo.
Tal vez duramos meses bailando retorciéndonos y creyendo que el instante duraría siempre, tal vez abusamos tanto del pavimento que la ciudad nos castigó, nos abandonó como ratas, y yo corría casi sin ver, con auriculares para no escucharla mentir.
Corría para llegar al otro lado antes que la noche arreciera, que la oscuridad se me metiera adentro y usted terminara de apagar todas las velitas – la gente es feliz prendiéndolas- decía mientras yo, sólo esperaba que apareciera ahí en frente mío y quitándome de un bofetón los auriculares me dijera- stop, niño, su casa queda para el otro lado, debe tomar un bus en la avenida central, morir en medio de la espera y ahogarse contra la ventana que no abre- mientras yo veía como la noche, las velas y la torre de ilusiones se me metía por los ojos hasta que estos se cerraron en la espera.
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