ADORANDO A LA LUNA
(Escrito por nuestro amigo Rafael Maceira)
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En un pequeño pueblo muy lejano donde no existe el reloj, se celebra un gran festín.

Incansablemente cada día se repite lo mismo, ellos no conocen el trabajo, no saben que es el estudio, nadie nunca ha inventado nada, no hay política, ni monedas ni intercambios, hasta cabe la duda si serán seres humanos porque no duermen ni tienen deseos...

Simplemente, siempre es época de algarabía...

Está amaneciendo en una pequeña pero gran ciudad, son apenas pasadas las seis del tiempo, se encienden las luces en cada rincón, en cada vecindario, como árboles de navidad.

Como cada mañana, rinden honores a los gallos, asean sus estatuas que están esparcidas por todo el pueblo, después de la primera comida del día, cada personita sale muy temprano a buscar las provisiones para el gran festín, se empiezan a escuchar murmullos, muy contentos hablan unos con otros, sonríen, algunos a carcajadas, los niños revolotean como jóvenes moscas, alumbrando de alegría y de espíritu a todo el pueblo, las amas de casas discuten sobre que prepararán, los esposos disponen sus bebidas y organizan las canciones, canciones que solo ellos conocen.

Es tiempo de felicidad, ya avivaron todos; algunas niñas recogen flores, de todos los colores, cuanto más mejor, las mucamas ayudan a que todo este limpio, se prepara un sencillo almuerzo ya que el festín se acerca cada vez más, pasado el tiempo empieza la cuenta regresiva, algunos afinan los pequeños detalles, se terminan los pocos ajustes que quedan, cada quien se va a su casa, sacan su mejor ropa para ponerse, preparan la casa y la mesa, muchas velas por todas partes, son muy importantes ya que todo debe quedar perfecto.

Ya ha transcurrido mucho tiempo, estamos cerca del cambio, todo el mundo se prepara, algunos ansiosos, otros desesperados, los mas pequeños con intriga y otros con un poco de nostalgia...

Entre risas, comidas y bebidas se va el presente y pasa el futuro, ya falta corto tiempo para el cambio, calculadamente cada quien va a sus posiciones, unos al lado de otros, sin dejar diferencias...

"¡Ya casi... ya casi...!" gritan algunos.

Otros dejan salir su fulgoroso grito de inquietud, alabada sea la ausencia de luz, muy pocos murmuraron en voz baja dando gracias por la opacidad de esa tormentosa y radiante luz.  Suben los brazos con sus vasos, se miran unos con otros, ya faltan escasos momentos, entre miradas y palabras se va el corto tiempo; queda muy poco.

De tanto aguantar se ve en algunos rostros desheladas lágrimas, y quedando tan solo pocos pasos para los cantares de los gallos, se escucha un impávido silencio, y justo después rompen gritos, lujuriosos abrazos, una incesante sed de dar amor, y así todos fueron muy felices...

Pero de repente, en medio del ambiente y como un despertar de un sueño profundo, se cuela un gran pavor, se despolvan susurros...

¡Pronto, pronto, de prisa!

Cada quien sabía que hacer, impresionantemente y como hormigas organizadas, se van a sus casas, el pueblo se va quedando solo, puertas se cierran, cesa la música, las copas no suenan, está saliendo, está saliendo, todos van a dormir…

Los invade la luz de nuevo.

Rafael Maceira.

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Adorando a la luna

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