Y MURIO EL VALIENTE MATEO
(Escrito por nuestro amigo Jorge Guerrero)
Una mañana, no hace mucho, cuando llegué al taller donde trabajo, me impresionó la seriedad de Victoriano, quien siempre ha sido lo que se puede decir el alma de la fiesta. Sus chistes y ocurrencias son únicas. Yo sabía que había faltado dos días al trabajo para asistir al sepelio de su tío en cierta ciudad de México, pero no me habría imaginado que esa muerte pudiera afectarle tanto. De modo que me acerqué a él y le dije:

    -Oye, se nota que querías mucho a tu tío. Te ves muy apesadumbrado por su muerte.
    -Por supuesto lo quería, pero no tanto tanto que digamos.
    -Entonces, ¿por qué te ves tan aguitado?
    -¿Se me nota? Déjame contarte algo que pasó durante el velorio.  Aunque la cosa no tiene importancia, me ha afectado mucho.
    Y así, mientras trabajábamos, me contó más o menos lo que aquí transcribo antes de que se me vaya a olvidar.

Cuando estábamos en la funeraria, sentados en unos sillones o sofá que allí tienen para los deudos, alcancé a escuchar una conversación de dos señores que me interesó. Uno de ellos decía:

    -¿Te acuerdas de Mateo, el ferrocarrilero? Falleció el viernes de la semana pasada.
    -Cómo no me voy a acordar. Lo conocí desde la juventud. El era el azote del barrio. Con su vozarrón todo mundo se ponía a temblar... De manera que petateó... Tan fuerte que se veía.

    -Durante muchos años lo perdí de vista. Pero cierto día cuando estaba visitando a don Benigno su hermano, quien duró mucho tiempo enfermo, llegó Mateo. El mismo de siempre. Grandote, con sus bigotes de revolucionario y voz de trueno.

    "¿Qué pasó, Benigno?-le dijo a su hermano- No te me acobardes. Ya sé que te sientes mal, pero un hombre debe afrontar el dolor con valor. ¡Nada de lloriquear! ¡Aguántate como los machos!" Yo me sentía muy incómodo, pues si las palabras de Mateo eran para darle valor a su hermano, no lo lograban. Eran como un insulto para alguien quien sufría enormemente tanto en lo físico como en lo moral. Y eran exageradas. Don Benigno sufría pero casi no se quejaba. Nos despedimos del enfermo al mismo tiempo. Ya en la calle, Mateo me dijo: "No hay nada que me disguste tanto como un hombre hecho y derecho que se acobarde ante la posibilidad de morir. Total, todos nos vamos a morir algún día. Benigno sabe que la huesuda está a punto de cargárselo pero uno debe ser hombre hasta el final". Yo no supe qué decir, pero pensé que en realidad Mateo tenía razón.

Pues como te decía, hace días murió. Oye. Qué triste puede ser la muerte de un hombre. Como su hijo se casó con mi sobrina, yo consideré mi deber ir a visitarlo cuando se puso muy enfermo, creo que de un riñón. Solamente una vez lo visité porque de plano ya no me quedaron ganas de volver.

    -¿Por qué? ¿Qué pasó?- preguntó el amigo.

    -Fue algo verdaderamente vergonzoso. Cuando entré a su cuarto, primero expresé con voz queda, casi inaudible, el gusto de que le fuera a visitar. Luego se quedó muy serio por largo rato y de pronto comenzó a gemir. Pero no era de sufrimiento físico, pues apenas había dicho su esposa que el doctor le había recetado unas inyecciones maravillosas contra el dolor.

"¿Que te pasa, Mateo?", le pregunté. Los gemidos se convirtieron en sollozos y luego comenzó a llorar. Pero lo que me impresionó más fue su voz cuando dijo: "Ay, siento que me queda muy poco tiempo. No quiero morirme. Tengo mucho miedo". Su voz era muy delgada, casi como de mujer.
    Su esposa, quien permanecía junto a la cama, no podía ocultar la verguenza que sentía de que su marido estuviera chillando como una señorita histérica. A mí, además de una especie de verguenza, me dio mucho coraje ver ese cuadro. Quise gritarle que fuera hombre, que recordara sus mismas palabras de cómo debería un hombre afrontar la muerte. Pero me contuve. Consideré que lo mejor para él, para su esposa y para mí mismo era que yo me retirara y así lo hice. Ni siquiera quise ir al sepelio.
....................

Victoriano me dijo:
    -Esa conversación me dejó muy impresionado. Ya ni siquiera quise preguntarle a mi primo, cómo había mi tío enfrentado la muerte. Después de escuchar el caso del tal Mateo, estoy llegando a la conclusión de que nadie, ni siquiera los que se creen muy machos, pueden saber que no se quebrarán ante la cercanía de la muerte. Me pongo a pensar que mis hijos y mi mujer lleguen a verme a mí también lloriqueando cuando sienta que la muerte se acerca y me muero de pura verguenza... Por eso, mi amigo, es que me ves tan pensativo.
 

    Durante todo el día ya no hablé con Victoriano. Desde esa mañana yo tampoco he podido dejar de pensar en que no sé ni puedo saber cuál será mi reacción cuando la pelona venga por mí.

    Esa tarde yo, que siempre vuelvo a casa con una hambre feroz, no quise cenar lo cual fue una sorpresa para mi querida esposa.
    Por fin se acercó a mí y me dijo muy cariñosa "¿Qué te pasa, cariño? No has hablado nada desde que llegaste y te veo muy pensativo y preocupado"
    -Fue por algo que pasó en el trabajo. Será mejor que no me preguntes má.- es lo único que pude responder, yo, que siempre pensé que jamás habría algo que no quisiera compartir con la mujer de mi vida.

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