SULLY
(Escrito por nuestra amiga Concepción González)

Disfruten de la lectura y me encantaría recibir comentarios al respecto. Buena suerte a todos y que sean felices y alcancen todas las metas que se han propuesto. Mis mejores deseos para todos.
 

A Haira le encantaba volar contra el viento. Sentía las gotas de agua condensadas en las nubes chocar contra las gruesas escamas de su piel. Mantenía el cuello estirado, los ojos entrecerrados hacían que sus enormes pestañas chorreasen gotitas, que flotaban en el aire. De vez en cuando, una bolsa de presión la hacía perder altura y bajaba unos cuantos metros.

- ¡Auch! – gritó algo a su lado. Haira se giró rápidamente, tomó una gran bocanada de aire caliente, se hinchó como un globo y se quedó flotando en el airee - ¡Que me maaatoooooo!!! – chilló una voz por debajo de ella. Haira se giró, ayudándose con las patas delanteras y quedó cabeza abajo, sus dorados ojos se fijaron en un punto blanco que caía descontrolado, girando sobre sí. Haira soltó violentamente el aire de su cuerpo, plegó sus alas y bajó en picado.

Después de unos cuantos minutos - Muchas gracias, su alteza – la gaviota la miró agradecida. Haira detestaba que le llamaran alteza, cosa muy común al tratarse de un Dragón Real. Ella pensaba que lo de “Real” era solo una distinción racial.

- Creo que…. bueno, me parece que, has perdido algunas plumas – contestó mientras le observaba con atención. Dio una vuelta en torno a la gaviota y luego se sentó sobre sus cuartos traseros, frente a ella.

- Puede que de la cola ¿no? – dijo la gaviota mientras miraba su cola, donde efectivamente faltaban algunas plumas – de todos modos podré volar. No he perdido muchas.
- ¿Quizás alguna que otra de la cabeza? – Haira esbozó una sonrisa, lo que hizo que enseñara los afilados dientes.
- Me parece que prefiero que no sonrías – le dijo la gaviota al sentir un escalofrío – me da un poco de repelús ¿Los Dragones Reales comen gaviotas?
- Si tenemos mucha hambre, si.

- Y, ¿tienes mucha hambre? – la gaviota dio un paso hacia atrás y la miró expectante, parecía estar a punto para salir corriendo.
- Ahora, no – Haira sonrió nuevamente – pero quien sabe si un poco más tarde… – levantó levemente la mitad inferior de su cuerpo y acercó su hocico a la gaviota, esta se tapó la cara con las alas, tembló levemente, y al sentir que Haira no se acercaba más, asomó un ojo por entre sus plumas – Ja, ja – Haira echó la cabeza hacía atrás riendo, un sonido profundo y cavernoso salió de su boca – no te voy a comer, creo que ya he hecho suficiente al arrollarte. ¿Cómo te llamas?

- Rupert – le contestó más tranquilo – gracias de todos modos, podrías haberme dejado caer.
- No – Haira volvió a sentarse – no es de buena educación - Rupert la miró entre burlón y extrañado.
- ¿No es de buena educación? Nunca había escuchado decir algo así a un dragón.

- Pues mi madre siempre me decía que los Dragones Reales tienen que mantener las formas – contestó Haira muy orgullosa – es probable que los otros dragones que hayas conocido no sean tan educados. No sé, o quizás sean dragones comunes ¡Esos sí que son unos groseros!, y tan vulgares – Haira bufó y se puso de pie, sobre sus cuatro patas - ¿Cómo eran esos dragones?
- Pues – lo pensó por un momento - no lo sé, la verdad es que nunca he visto un dragón, hasta este momento – Haira sintió como si algo se le hubiera escapado – es que yo pensaba – intentó explicarse Rupert - que como se sentían tan majestuosos, nunca se disculparían ni salvarían a alguien – la miró expectante.

- En fin – suspiró ella – tengo que irme, creo que fue un gusto… Rupert – miró hacia arriba, levantó las patas delanteras y tomó mucho aire.

Rupert observó como se despegaba del suelo y empezaba a flotar. Las patas delanteras se estiraron hacia los lados, y Rupert, asombrado, observó como desplegaba las membranas interaxiales. Haira empezó a agitar las patas delanteras, como los pájaros agitan las alas, su cuerpo se desinflaba poco a poco mientras cogía velocidad, hasta que desapareció entre las nubes.
- Y no me ha dicho su nombre – se quejó Rupert con el tronco que tenía a su lado – después de todo no es tan educada – molesto, se puso a andar mientras miraba el suelo, en busca de algo que se pudiera comer.

Durante lo que restó del viaje, Haira no se permitió cerrar los ojos. No quería que otro incidente como el de Rupert le hiciera perder el tiempo – mis bebés están por nacer – pensó – no puedo dejarlos solos demasiado tiempo.

Bajó en picado atravesando las nubes. Una débil capa de escarcha se materializó sobre su piel, licuándose rápidamente y secándose con el viento – ahí está – Haira miró hacia el enorme volcán, que era su casa. La boca del volcán se perdía entre las nubes.
Haira había encontrado un ingreso por uno de los lados del volcán, viajando a través de una gran cueva que subía empinada hasta el lecho del mismo. Su nombre era “Horror”, a Haira le gustaba, nadie se acercaría a él, aunque de vez en cuando eso le costase lanzar algún que otro rugido, que los pobladores relacionarían con algún Dios volcánico furioso.
Horror llevaba dormido unos 2000 años, y Haira sabía que no despertaría en unos 4000 años más, este conocimiento corría por sus venas y estaba asociado al calor de su interior, era parte de su propio cuerpo - El calor conoce al calor – le decía su madre – no necesitas ni pensarlo.

- Pronto se lo ensañaré a los pequeños – pensó. Un sentimiento de felicidad y expectación se apoderó de ella - ¿Cómo serán?
Haira buscó la entrada entre la espesa vegetación de la ladera, localizándola entre el Cedro de mil años y la Secuoya de mil quinientos. Entró rápidamente, e impulsándose con las alas, subió y subió cada vez más rápido.

La cueva era bastante larga, ya que el volcán era uno de los más grandes. Haira miró hacía arriba y vio un punto de luz en la oscuridad, al final del túnel encontraría su nido.
Apenas salió de la cueva, Haira se infló rápidamente y se detuvo flotando, como si se soltara un globo en el aire después de haberle dado un fuerte empujón. Soltó el aire poco a poco, y se fue depositando sobre la mullida capa de ramas y hojas, que con mucho trabajo había conseguido juntar. Comprobó el lecho y luego observó sus huevos.

Los Dragones Reales eran muy meticulosos con la enseñanza de sus pequeños, por lo que toda Dragona Real sabía lo que tenía que hacer cuando sus Dragoncitos nacieran.
- Primero – decía su madre – antes de que pongas los huevos, tienes que ir al bosque, el que tengas más cerca, y colectar todos los troncos, ramas y hojas que puedas. Luego, cuando empiecen a moverse, antes de que eclosionen, lo enciendes todo. Tus hijos tienen que sentir el gran calor del fuego – la miró seriamente – no lo olvides, sino tardarán en crecer y desarrollarse.
Haira se sentía muy orgullosa, tenía cuatro hermosos huevos, y todos con una cantidad indefinida de colores; sus caparazones presentaban nebulosas, puntitos, rayitas, y muchas otras formas de las que uno pueda imaginar.

Los huevos estaban asentados sobre el nido, ella los miró y luego se acomodó de la forma más adecuada para tenerlos a todos debajo. Si bien es cierto que los Dragones Reales no necesitan incubar los huevos, Haira, que era muy maternal, quería tenerlos lo más cerca posible.

Una vez se hubo acomodado miró su reflejo en una de las paredes, la pared le devolvió la imagen multiplicada por millones de millones de cada vez más pequeñas Hairas.
Cuando Haira decidió dejar la casa de sus padres e ir en busca de su nuevo hogar, solo estaba segura de una cosa, de los espejos. Lo primero que hizo al encontrar el volcán, fue calentar sus paredes a una temperatura tan alta que provocase una superficie reflectante. No paró de echar fuego por la boca, hasta que pudo ver tan claramente el fuego que pensó que la atacaba otro dragón. El maravilloso acceso por la cueva y lo cómodo del lecho volcánico, fueron beneficios adicionales.

Haira se observó con atención, todo su cuerpo era de un color rojo granate metalizado.

– Que bien me ha quedado el color, ¿No creen mis pequeñines? Mamá está muy guapa – se miró la cola y luego se giró para poder observar su espalda – aunque me gustaría cambiar un poco, ¿Que tal si me pongo negra? – inmediatamente toda la piel de Haira cogió un color negro reluciente – se miró, no estaba muy convencida  – ¿Y verde esmeralda? – los espejos reflejaron el nuevo cambio en la apariencia – No, no, quizás un amarillo ¡Ufff! ¡Que horror! Puede que rojo tomate – se miró desilusionada – me parece que volveré al rojo granate, ya pensaré en otro color con el que luzca mejor – volvió a acomodarse sobre sus huevos y a observar lo dulce que se veía sobre el nido con ellos.

Con solo desearlo, los Dragones Reales podían adoptar el color que quisieran, incluso cualquier diseño o combinación de colores, solo necesitaban imaginar su aspecto. El Gran Consejo de los Dragones aconsejaba no usar mucho la combinación de colores debido a una serie de accidentes ocurridos un tiempo atrás. Haira recordaba a un tío, hermano de su madre o algo así, que un día decidió copiar el color del cielo, con una nube incorporada y todo. No bien había pasado media hora volando cuando otro dragón se chocó con él cayendo ambos pesadamente contra el suelo. Según recordaba, su tío se pasó un mes en cuidados esperando que se le soldara el hueso menor de la pata derecha. Otro caso fue el de un Dragón que parecía un árbol y un día casi le sacan una pata para hacer un nido. Y otro, por ponerse lunares, fue la burla de sus compañeros durante meses, lo que le generó graves daños psicológicos. En resumen, que la mayoría intentaba ser todo del mismo color.

- Parece que va ha llover – dijo Haira al aire, el fuerte sonido del trueno la distrajo de sus pensamientos – es bueno estar protegidos de las nubes ¿no? – ella miró con cariño el reflejo de sus huevos en el espejo, los cubrió con su cuerpo, lo mejor que pudo, y se echó a dormir plácidamente con el ruido de la lluvia arrullándola.

Al día siguiente, Haira se despertó cuando el primer rayo de sol que se reflejó en una de las paredes rebotando contra las demás, iluminando todo el cráter. Haira se puso de pie y, sin darse cuenta, con una de las patas traseras empujó levemente uno de los huevos que rodó silencioso hacía un lado. Haira se desperezó y volvió a mirarse en el espejo para asegurarse de que el color rojo granate no había sido modificado durante la noche. Su estómago emitió un sonido gutural, como un quejido lejano. La sensación de hambre fue tan fuerte que, sin pensarlo, impulsó su cuerpo hacia arriba tomando una gran bocanada de aire. El brusco movimiento de ascenso empujó levemente el huevo alejándolo más del nido, quedando justo en el borde, a punto de caer por la cueva.

El destino, de vez en cuando, juega malas pasadas, y un cambio en el comportamiento puede tener consecuencias no deseadas. Haira se sentía hambrienta, pero todavía algo adormilada. No tenía ganas de bajar volando por la cueva, sino de ascender, refrescarse con el cambio de altura y despejarse. Si hubiese bajado por la cueva habría visto el huevo, y éste no habría caído por el hoyo hasta perderse entre los árboles del bosque. Voy a comentar, a favor de Haira, que no era común que los huevos se sacudieran ni movieran solos, por lo que ella jamás imaginó que esto pudiese pasar. Además, nadie le avisó sobre esta posibilidad. Que quede claro que era muy buena madre.

Haira flotó, agitó las alas violentamente y ascendió por la boca del volcán. El aire, al ser golpeado por las alas, bajó precipitadamente y movió una pequeña piedra que se desprendió del borde de la boca del volcán, la piedra dio contra un extremo de una rama que se encontraba en equilibrio sobre otra, muy cerca del huevo, el extremo de la rama golpeó el huevo y el huevo cayó por el hoyo.
El huevo cayó rebotando contra las paredes de la cueva, cayó y cayó hasta salir volando por la entrada. Chocó contra la rama de una Araucaria, alta y robusta. Continuó camino al suelo por el resto de las ramas de la Araucaria, hasta caer sobre el suelo saturado de hojas, ramas y árboles caídos, ya podridos por el tiempo.
Es cierto que los huevos de Dragón Real no son muy frágiles, pero si no fuera por la Araucaria y el colchoncito formado en el suelo, el huevo podría haberse roto y Sully haber muerto.

Alejándonos un poco del volcán vemos que, debajo de la capa de árboles, por entre los arbustos y las plantas de hojas grandes, los huevos de una familia de Camaleones Arcoiris estaban por nacer.
- Que ya vienen, churri – gritó mamá Camaleón al tronco de un árbol a su derecha.

- Si, si, que ya voy – un pedazo de corteza empezó a moverse, primero lentamente y al llegar al suelo más rápido. Cuando alcanzó la zona del nido tenía ya un color verde opaco – pero cari, ¡si no han salido de los huevos!
- ¡Están todos desparramados! Debería juntarlos, podrían caerse y… ¡Hay! Que se va – mamá Camaleón vio como unos de sus huevos caía por el borde del nido y desaparecía rodando por entre la maleza - ¡cógelo! – le grito a papá Camaleón – ¡si se pierde no te lo perdonaré jamás!

- ¿No te lo perdonaré jamás? Te dije que no te pusieras nerviosa – contestó el aludido mientras corría, siguiendo el camino que tomó el huevo – ¿Jamás?, como si yo tuviera la culpa, si no fuera por… – la voz de papá Camaleón se fue perdiendo conforme se alejaba del nido.

- No puede ser posible – se lamentó mamá Camaleón mientras intentaba ordenar sus coloridos huevos – debimos construir un nido más grande – intentó reordenar la mayor cantidad de pajitas por el borde, así abultaría más y no permitiría que los huevos se saliesen – pero ¿Cómo iba a saber que tendría tantos huevos? Nunca antes había tenido huevos, además son grandes y hermosos, tienen tantos colores – los ojos le brillaron y unas pequeñas lágrimas asomaron en sus parpados, estaba tan orgullosa – mis bebés… o lo encuentra o lo mato – miró enfadada en dirección al último lugar donde vio, por última vez, a su marido - ¿¡Lo has encontrado!? – gritó con todas sus fuerzas.

- No chilles, mujer – la cabeza de papá Camaleón asomo entre dos hojas - ¿Cuántos huevos rodaron? – le preguntó extrañado, mientras asomaba la pata con un huevo jaspeado y colorido.
- Pues uno – al mismo tiempo papá Camaleón mostraba su otra pata con otro huevo, muy parecido al anterior - ¿dos? – mamá Camaleón salió del nido y miró atentamente todos los huevos – habría jurado que solo eran nueve – los contó nuevamente – uno, dos, tres,… , ocho y los dos tuyos serían diez.

- ¿Estás segura de que no te has confundido? – papá Camaleón avanzó hasta su esposa con un huevo bajo cada pata, los depositó con cuidado sobre el nido. Ella miró fijamente los huevos.
- Este es un poco más grande – afirmó ella – y creo que brilla más que los otros.

- Estará más limpio – contestó él, levantando los hombros y con despreocupación.

- Soy su madre – enfrentó a papá Camaleón con enojo - se perfectamente cuantos hijos tengo.
- ¿A sí? – el sonrió y sus ojos miraron cada uno a un huevo.

- ¡Si! – ella siguió las miradas de él.
- Entonces, ¿Cuál es el tuyo?
- Pues…
- ¿No dices que lo sabes?
- Claro que lo sé – su confianza empezó a desvanecerse, la voz no era tan firme.
- A mí me parece que no estás completamente segura.
- Pues… es este – dijo señalando el huevo menos brillante.
- Solo lo dices porque este es más brillante y los demás lo son menos – dijo algo serio.

- Pues claro, es diferente.
- ¿Estás totalmente segura de que no es tuyo? ¿Y si se cayó antes de que los contarás y hemos tenido la suerte de recuperarlo? ¿Si ha sido una bendición que este otro se cayera? No podemos dejar a uno de nuestros hijos tirado por ahí solo porque no lo has contado.

- ¡Ya! Yo los conté apenas los puse.

- Eso no es verdad, apenas los pusiste te desmayaste del cansancio, tuve que llamar a la Juani para que me ayudara a echar las pajas, traer un poco más de barro y colocarte a ti sobre los huevos.
- ¡No ha sido mi culpa! – chilló mamá Camaleón – fue mucho esfuerzo, snif – sollozó.

- No llores cari – papá Camaleón se sintió culpable y se acercó a su esposa – solo que no estamos seguros. Estamos un poco nerviosos con el nacimiento de los chicos, ni siquiera hemos pensado en sus nombres – papá Camaleón esperó la reacción de ella. Él sabía que mamá Camaleón era un poco testaruda, pero tenía un gran instinto maternal. Estaba seguro de que al final, si no seguía dándole vueltas al tema, todos los huevos se quedarían en el nido.

- Espero que el pequeñín no haya sufrido al estar solito – ella se recostó sobre los huevos e intentó acapararlos a todos.

- Lo bueno es que lo hemos encontrado a tiempo – papá Camaleón miró el nido y observó el brillo del huevo – cuando nazca nos fijaremos si está saludable.
- ¿Y si no es así? – preguntó mamá Camaleón, un escalofrío le recorrió el cuerpo.

- No te preocupes – él la miró sonriente – no pasa nada, si necesita algo nos tiene a nosotros para dárselo. Además, no será el primer camaleón que se ha caído del nido.
- Es verdad, me comentó la Juani que cuando la Mirella tuvo a sus bebés, dos de sus huevos se cayeron del nido – mamá Camaleón retiró algunas pajas que estaban sobre los huevos y las colocó al borde, escupió un poco sobre el barro y lo amasó, pegando las pajas sueltas – se dieron cuenta cuando nacieron.

- ¿Cómo así? – su marido se apoyó sobre su panza mientras la escuchaba.

- Pues cuando nacieron empezaron a llorar – mamá Camaleón empezó a olvidar el incidente actual y se distrajo con la historia – y así los vieron. Felizmente estaban cerca, sino…

La luz del sol estaba por desaparecer y Haira miró las nubes, acababa de comer bastantes cosas y se sentía muy satisfecha – mañana a primera hora nacerán mis hijos – pensó – tengo que tener el estómago lleno para poder exhalar el fuego en toda su potencia. Tengo que asegurarme de que el fuego no se apague - aspiró un poco de aire – creo que he comido demasiado, no me entra ni el aire – rió mientras exhalaba un poco, hizo dos pruebas más y el definitivo. Tomó una gran cantidad de aire y se despegó del suelo – si fuera un humano me tomaría un café, ¿o mejor una infusión? Dicen que la manzanilla es muy buena – rió ante sus ocurrencias. Con suma pereza agitó las alas y empezó a coger altura.
La lluvia empezó caer a primera hora de la tarde. Haira volaba sobre las nubes, ya que no podía permitir que su cuerpo se mojase y disminuyese su temperatura. Miró la boca del volcán y entró por ella. Desde el primer momento, en que divisó el nido, deseo que nada fuera real - ¡Solo hay tres! – pensó mientras flotaba a unos metros del nido, sin quitarle la vista de encima. El terror se apoderó de ella y el control sobre su cuerpo se desvaneció. Descendió, pesadamente unos metros sintiendo la resistencia del aire ante la fuerza de gravedad. El instinto salió a flote y sus alas se extendieron, el movimiento fue frenético, Haira tomó aire y volvió a coger altura, giró sobre si misma y exhaló el aire cayendo en picado hacia el nido, casi encima tomó una gran bocanada y aterrizó sin estrellarse. A trompicones se acercó al nido y contó una y otra vez cada uno de lo huevos, tocándolos y acariciándolos, temblorosa, todavía no lo se lo creía, su mente no lo procesaba. ¡Faltaba uno!
Arrimó los tres huevos que tenía a la vista, hacía el costado opuesto al hoyo de la cueva, y con las patas delanteras empezó a escarbar, desesperada. Enterró los tres huevos debajo de todas las ramas y hojas que pudo mover sin demasiado esfuerzo. Miró bajo los troncos, bordeó las esquinas, lo arrimó todo y lo volvió a colocar en su sitio. Miró y miró hasta que finalmente sus ojos se fijaron en algo, algo en lo que no había pensado - ¡El hoyo! – lo dijo tan fuerte que el eco retumbó contra las paredes – no puede ser – se tiró de cabeza por la cueva, cayendo a una velocidad de vértigo, sin siquiera batir las alas. Llegando casi al final de la cueva, tuvo que frenarse para no chocar con el suelo, extendió las patas delanteras y sus membranas coriáceas se ampliaron como alas de pájaro, salió al exterior a gran velocidad, como si la montaña fuera un cañón y Haira la bala.

Se detuvo violentamente a unos cien metros de entrada de la cueva, miraba hacia abajo preocupada – tiene que estar – se repetía continuamente – tiene que estar. La lluvia le caía continuamente sobre el cuerpo y una fina nube de vapor emergía del mismo. Su calor interno evaporaba el agua que la tocaba – debe tener tanto frío – pensó, mientras sus lágrimas se mezclaban con los torrentes de agua que resbalaban por su cara, casi no podía ver.

La lluvia chocaba contra las hojas y el follaje se movía continuamente, la abundancia del agua creaba una densa capa fluctuante. Disminuyó su altura. Volaba en círculos cada vez más grandes, se acercó muchísimo a las copas de los árboles, bajó todo lo que pudo hasta que la densidad de la vegetación no le permitió volar.
A media noche, agotada, mojada y triste, se dio por vencida. Descendió en un claro, se sentó sobre sus patas traseras y se puso a llorar, lloró durante horas. La lluvia cesó y el sol empezó a lanzar los primeros reflejos sobre el horizonte. Haira miró el bosque a su alrededor, aspiró mucho aire y se fue hacía el volcán. No debía olvidar a sus hijos, los que le quedaban.
 
- Mamá, ¿Cuándo vamos a aprender a volar? – Mancu miraba a su madre enfadado – me ha dicho Pacu que nunca aprenderemos, que hemos nacido sin alas.
- Al principio, todos nacemos sin alas – Haira sonrió – anda con tus hermanos, tengo que ir a por comida.

- ¿Cuándo podremos ir a por comida? – Mancu miró hacia el cielo.

- Pronto, en cuanto te salgan las alas.
- ¿Esto es como la pescadilla que se muerde la cola? – Haira miró a su hijo con curiosidad.

- ¿Dónde has escuchado eso?
- Lo decía una gaviota, no sé con quién estaba hablando, pero dijo: “Esto no tiene solución, es como la pescadilla que se muerde la cola”.
- Jajaja – rió- No, Mancu, no es como la pescadilla. Las membranas te crecerán pronto y podrás empezar a planear ¿Cómo sabes que era una gaviota?
- Me lo dijo ella ¿O era él? – meditó durante un momento – lo cierto es que no lo sé, no le pregunté como se llamaba y no sé la diferencia entre gaviota y ¿Gavioto?  ¿Cómo se llaman las gaviotas macho?
- Gaviota macho – contestó con un suspiro - ¿Te dijo qué hacía por aquí?

- Dice que te conoce, me pareció muy raro, pero cuando le iba a preguntar de qué te conocía ya se había ido.
- ¿Una gaviota que me conoce?  – Haira intentó recordar – no recuerdo a ninguna – pensó que alguna vez se había tragado una al bostezar durante un vuelo  – pero, no la vi salir de vuelta – pensó - ¿quién será?

- ¿Es mala esa gaviota? – su hijo miró con interés la cara de preocupación de su madre.

- ¿Una gaviota? Que más da si es mala o no, no puede hacernos daño.
- Podría picarnos.
- Y tu quemarla con solo suspirar.
- Eso es verdad – a Mancu se le iluminaron los ojos – si vuelve, ¿me puede llevar volando?
- No.
- Pero, mamá.

- No, ni se te ocurra, podrías caerte en medio del vuelo. ¡Eres del tamaño de una gaviota! Por muy fuerte que se crea no podría sostenerte – dudó durante un segundo – Es cierto que son muy fuertes, pero no tanto. Nosotros pesamos el doble que ellas.

- ¿Y si son dos gaviotas? – cada vez estaba más excitado – ¡Si viene una bandada completa podría llevarnos a todos!
- Ya te he dicho que no, Mancu. Muy pronto te saldrán las membranas y podrás volar – Haira se alejó un poco de su hijo - Cuando vuelva seguiremos con la inhalación y exhalación.
- Eso es muy aburrido – contestó él, con una mueca de tristeza.

- Pues si lo haces bien, podrás flotar – Haira se acercó un poco más al hoyo de la cueva – además si no aprendes a flotar nunca podrás volar – Mancu la miró con fastidio, dio media vuelta y se fue a jugar con sus hermanos. Pacu y Hansu estaban compitiendo quien hace la fogata más grande. Haira desapareció por el hoyo.

Mamá Camaleón había decidido que era hora de aprender a cambiar de color, todos sus bebés eran grises con un tono verdoso, excepto Sully que era un poco plateado. Salió de la zona del nido en busca de tres de sus hijos, el resto la siguió en silencio. Un poco más allá, cerca del lago:

- Pareces enfermo – le dijo Mully a Sully - ¿Estás bien?
- Me siento bien – le contestó su hermano - ¿Por qué?
- Estás más blanco de lo normal – Mully empezó a dar vueltas alrededor de Sully y mirar detenidamente su piel – además tienes la piel como un poco… ¿Cuarteada?
- Ayer me revolqué en el barro, puede que se haya secado – Sully se observó la piel del hombro.

- Se supone que el barro te suaviza la piel – Mully se quedó pensando – por lo menos eso dice mamá.
- De repente soy alérgico al barro.

- No me extrañaría – Trully apareció entre las hojas y miró la frente de Sully – después de que tocaras el árbol rojo te salieron esos bultos a los lados de la cabeza – rió – y pensar que mamá creyó que algún bicho te había puesto sus huevos mientras dormías.

- ¿Hay bichos que te ponen huevos mientras duermes? – los ojos de Mully se abrieron como platos, miró a Trully horrorizado – ¡Eso es asqueroso! ¿Y como te los sacas?
- Mamá no dijo… - interrumpió Sully.

- No te los sacas, te comen los sesos, slurp, slurp – Trully movía la lengua relamiéndose, sonaba como si sorbiera algún líquido denso. Mully puso cara de asco.
- No molestes a tus hermanos – mamá Camaleón apareció por el otro lado seguida de Trata, Grata, Vrata, Prully, Loto, Monco y Tronco.
- ¡Trully es un puerco! – gritaba Trata mientras corría en círculos alrededor de sus hermanos.

- Slurp slurp – le contestó Trully persiguiendo a su hermana, intentando lamerla. Trata se escondió detrás de su madre.
- ¡Mamá! ¡Trully me quiere lamer!
- Trully, deja en paz a tu hermana – mamá Camaleón intentó soltarse de la sujeción de Trata.
- No le estoy haciendo nada, mamá. Solo me estoy relamiendo del delicioso moscardón que me acabo de comer.
- ¡Eso es mentira! Hemos escuchado lo que decías – le acusó Vrata.

- ¿De verdad existen esos bichos que te ponen gusanos? – Mully estaba muy asustado, de vez en cuando echaba un vistazo a las protuberancias, de la cabeza de Sully.
- Según tu abuela, si – apenas mamá camaleón abrió la boca, se arrepintió - Yo nunca los he visto, pero ella conocía mundo – intentó suavizar la situación – no creo que existan aquí.
- Pero – Mully miró hacia los lados – tú no los has visto ¿no?
- Mira lo que has hecho – le espetó Grata a Trully – ahora querrá dormir con sombrero.
- Bah, este se asusta por todo – Trully les obsequió una sonrisa ladeada y se fue por entre la vegetación.

- ¿Ma? – Mully, todavía algo asustado, se acercó a su madre – a Sully se le ha secado la piel.
- Ah, ¿si? – mamá Camaleón desvió la atención de Trully y se acercó a Sully, le observó la piel de cerca – es verdad – la tocó con una de las patas delanteras – parece que tienes trozos de piel pegados ¿Has comido algo raro?
- No – contestó Sully mirando la zona que tocaba su madre – además me he revolcado en el barro para mantener la piel suave e hidratada.
- Que raro – siguió tocando cada trozo con los dedos – sin embargo, a excepción de las grietas, los trozos son suaves ¿Usaste el mismo barro que los demás?
- Bueno – Sully puso cara de culpabilidad – es que ese se había secado, fui al que está cerca del árbol abejero.
- ¿Podría haberle picado una abeja? – Mully se sintió orgulloso de su genial idea.

- Me habría enterado, ¿No crees?
- Pues no te enteraste de lo de los bultos en la cabeza.
- Claro que me enteré, me dolían. Además, Mamá y Papá tienen cuernos, ¿Por qué yo no puedo tenerlos?
- Porqué eres muy pequeño – interrumpió Trata – salen cuando te haces adulto.

- Entonces – Mully le miró asombrado – si podrían haberte picado esos bichos – su expresión se tornó en miedo.
- No – mamá Camaleón se acercó a su hijo y se sobó contra él para tranquilizarlo – si hubiesen sido los bichos, tendría un agujero de entrada.
- Pero ahora tiene como dos – Grata no encontraba la palabra que quería decir – ¿Grandes puntiagudas? Las nuestras son más pequeñas y están a lo largo de la espalda – se giró para mirarse las puítas.
- Ya está bien – habían ciertos temas que Mamá Camaleón prefería no profundizar – vamos a donde está vuestro padre, tenéis que hacer los ejercicios. Ya se ha ido tu hermano a sabe dios dónde. ¡Trully! – mamá Camaleón se perdió entre las hojas, en dirección al nido.

La conversación estaba entrando en terreno peligroso. Sully tenía muchas cosas diferentes a sus hermanos; el hocico más cuadrado, las protuberancias de la cabeza más desarrolladas que las de sus padres, además de unas hermosas púas en la cola. Su cola no era prensil, tenía más dedos en cada pata y las uñas más largas. Ahora su piel se estaba cuarteando y dentro de la boca unos cuantos dientes nacientes parecían bastante grandes, y afilados. Mama y papá Camaleón habían hablado sobre estas diferencias, más de una vez. No se atrevían a confesarle a su hijo que habían perdido su huevo y que estas diferencias podían deberse a eso.

- Miren, aquí están los demás – papá Camaleón llamó la atención de sus hijos, al verlos aparecer – ahora empezaremos a practicar – señaló a Trully – a ver hijo, pégate a esta roca e intenta mimetizarte con ella – Trully avanzó de mala gana, se subió a la roca y pegó todo su cuerpo a ella. Cerró los ojos y poco a poco se fue imaginando que era la roca.
Todos miraban a Trully con suma atención. Trully era el mayor, su huevo fue el primero en eclosionar. Unos minutos más tarde eclosionaron todos los demás, excepto Sully. Sully tardó hasta la mañana siguiente.

- ¡Lo está logrando! – gritó Trata. El grito desconcentró a Trully y se volvió visible nuevamente.
- Me has distraído – le dijo enfadado, bajándose de la piedra.
- Tienes que aprender a no distraerte – dijo su padre.
- No soy sordo – se justificó Trully.
- En realidad, todos creerán que sí – papá Camaleón sonrió a su hijo – para conseguir el acoplamiento perfecto, tienes que separarte de lo que pasa a tu alrededor, que nada te perturbe.
- Eso es muy zen – dijo Trata, orgullosa de poder decir la palabra.
- ¿Muy qué? – le preguntó su madre.
- Zen – dijo ella como si el significado fuera muy evidente.
- ¿Y que es eso? – Sully le miró curioso.

- Algo así como estar en relación perfecta con la naturaleza – Trata estaba muy contenta al ver que le prestaban tanta atención.
- ¿Dónde has escuchado eso? – preguntó su padre.
- Se lo oí a una gaviota.
- ¿A una gaviota? – exclamó mamá Camaleón, un poco asustada.
- Sí, estaba hablando con alguien – reflexionó durante un minuto – la verdad no sé con quién estaba hablando, pero le dijo que ella era muy Zen. Luego le explicó al otro lo que significaba.
- ¡Por díos Trata! Podía haberte comido.
- ¿A mí? Que va, yo estaba debajo de una hoja – sonrió orgullosa – ni siquiera me vio.
- Ten mucho cuidado, hija – mamá Camaleón endureció su tono de voz – la próxima vez ni te acerques.
- Sé cuidarme muy bien.
- He dicho que ni te acerques.
- Pero mamá, soy casi tan grande como ella.

- ¡Que no, Trata! – todos los camaleoncitos sabían que, cuando mamá usaba ese tono de voz, no daba opción a discusiones - ¿Has entendido?
- Si, mama.
- ¿Todos habéis entendido? – su mirada se paseó por todos sus hijos.
- Si, mama – dijeron todos a la vez como autómatas.
- Bueno – interrumpió papá Camaleón, intentando suavizar la situación – creo que es suficiente por hoy ¿Quién quiere ir a cazar moscas?
- Yo, yo – dijeron los niños entre saltitos de felicidad.
Papá Camaleón sonrió a mamá Camaleón y empezó a subir por el tronco de un árbol - ¿Qué estará haciendo una gaviota por aquí? – se preguntó mamá Camaleón – nunca se alejan tanto del mar – se volteó hacia el nido y su vista chocó con Sully – ¿No vas con ellos? – le preguntó extrañada.
- No – contestó Sully suspirando, desanimado.
- ¿Todavía no puedes subir árboles? – ella le miró las patas extrañada.

- No – Sully estaba avergonzado.
- No te preocupes, cariño – su madre le dio un pequeño empujón – vamos a coger mosquitos a la charca.
- Sí, ma – los ojos de Sully se iluminaron de felicidad – la verdad es que tengo hambre.
- Ahora que lo mencionas, yo también – mamá Camaleón miró con tristeza a su hijo – es tan rarito – pensó – nunca debí olvidarme del huevo – se reprochó para sus adentros.
Los Camaleones Arcoiris eran los más grandes dentro de la familia de los Camaleones. Aprendían a mimetizarse perfectamente con el medio, ya que podían adoptar el color del objeto sobre el que se posaban. El nombre de Arcoiris se debía a que sus huevos tenían una gran cantidad de colores. Sus dedos presentaban unas púas diminutas, que les permitían adherirse a cualquier superficie porosa. Sus ojos podían mirar cada uno hacía un lado sin perder la atención hacia lo que captaban. Y su lengua, se desenrollaba hasta alargarse unas 5 veces al largo de su cabeza, de esta manera podían cazar insectos al vuelo sin problema.

- ¡Mami, mami! – gritaban los tres dragoncitos, mientras daban saltitos de felicidad.
- Si, si, ya voy – Haira había estado vigilando, parada sobre el borde de la boca del volcán, el ir y venir de las aves. La visita constante de la gaviota la tenía muy intrigada. Frente a la insistencia de sus hijos, Haira descendió hasta ellos.
- ¡Mira! – grito Pacu mientras levantaba las patas delanteras – nos está saliendo la membrana.
- La mía está bien grande – dijo Mancu orgulloso – dentro de unos días podré volar ¿No, mami?
- Si cariño, así es – los ojos de Haira mostraban el orgullo que sentía por sus hijos. Habían aprendido a dominar la inhalación y la exhalación, y sabían flotar casi a la perfección.
- ¿Cuándo? – preguntó Hansu.
- ¿Cuándo qué? – su madre le miró con interés. Hansu no era muy hablador, hablaba lo justo para conseguir lo que quería.
- ¿Cuándo volaremos? – Hansu frunció el ceño - ¿Qué día?
- Veamos – su madre meditó, calculó y finalmente los miro solemne – en un par de semanas.
- ¿Taantooooo? – dijeron Mancu y Pacu a la vez.
- Queremos ver el mundo – Mancu la miró fastidiado – eso es mucho tiempo, se sentó fastidiado.
- Ya puedes ver el mundo – Haira le miró divertida – si flotas más arriba de la boca del volcán, puedes mirar hacia los bosques.
- Pero no puedo ir más allá – contestó compungido.
- Antes de correr hay que saber caminar – dijo Haira.
- Yo ya sé caminar – interrumpió Pacu con orgullo.
- Y yo, ya te vale – le espetó Mancu – yo quiero volar, no caminar.
- Todo a su tiempo, cariño, todo a su tiempo – Haira miró hacia arriba - ¿Qué tal si flotamos hasta el borde y aprendemos los nombres de los árboles del bosque?
- Puah, ¿Para que quiero saber los nombres de los árboles? – dijo Mancu con desdén.
- Tienes que saberlo – le resondró Haira – tienes que saber que madera es mejor que otra, dónde viven ciertos animales, qué frutos se pueden comer y cuáles no.
- ¿Y eso para qué? – contestó Mancu.
- Pues sino te morirás de hambre – interrumpió Hansu con un bufido – para qué quieres saber volar si vas a morir de hambre – inhaló una gran cantidad de aire y ascendió flotando rápidamente.
- Vamos – les dijo Haira a Mancu y Pacu. Los tres tomaron aire y siguieron a Hansu.

- ¡Auxilio! – Trata corría todo lo rápido que podía seguida por una serpiente, muy pero que muy larga. Más adelante, en un lugar al que llegaría Trata si seguía corriendo y la serpiente no se la comía, se agitaron las hojas y se oyeron unos pasos.
- ¡Ya voy! – la respuesta venía de detrás de las hojas. Una gran forma escamosa apareció por entre la maleza, corriendo sobre sus dos patas traseras. Al verlo aparecer Trata corrió más rápidamente hacia él.
- ¡Sully! ¡Ayúdame! ¡Socorro! – Sully corría, pero a cada inhalación su cuerpo flotaba levemente, y a cada exhalación sus pies volvían a tocar tierra e impulsaban su cuerpo hacía delante. Se puso a cuatro patas para correr más rápido, la panza le pesaba un poco y chocaba contra las patas delanteras.
- Voy, voy – decía casi sin aliento, al límite de sus fuerzas. Estaba a punto de llegar hasta Trata, cuando tropezó contra una piedra y salió volando hacía delante. Cayó de panza, junto a Trata, la cual pasó corriendo por su lado sin detenerse. Al chocar la panza contra el suelo, Sully exhaló violentamente una gran bocanada de aire y junto con el aire salió una bola de fuego.
No era una bola de fuego demasiado grande, pero si lo suficiente para que la serpiente se detuviera de golpe, con una expresión de horror en el rostro, mirara a Sully todavía más horrorizada y como alma que lleva el viento diera media vuelta y se alejara aún más rápido. Sully se quedó tendido sobre la panza, con las patas desparramadas y la mejilla pegada al suelo. Se quedó un momento tendido, sin saber qué pensar. El hecho de que le saliera fuego por la boca lo había dejado un poco aturdido. Con la mente todavía en blanco, levantó la cabeza y miró hacia delante, la serpiente ya no estaba. Se puso de pie y miró a su alrededor - ¿Trata? – preguntó al aire, sus ojos se giraron hacia un lado y hacia el otro. Escuchó con atención, miró hacia arriba y hacía abajo. Al asegurarse de que nadie había visto lo que había pasado, se fue hacia el nido lentamente.

- ¡Mira como vuelo! – gritaba emocionado Mancu – hasta puedo hacer piruetas – al hacer una voltereta Mancu pegó demasiado sus patas delanteras a su cuerpo y perdió el control del vuelo, cayendo al vacío - ¡Mamaaaaaá! – gritó aterrado, mientras veía como las copas de los árboles se acercaban rápidamente.
- ¡Mancu! – Haira se giró rápidamente y miró hacia abajo, en cuanto localizó a su hijo se lanzó en picado.
- Ma…ma… Ma – los ojos de Mancu se llenaron de lágrimas, agitaba las patas con tanta vehemencia que su cuerpo caía dando vueltas sin control.
- ¡No te muevas! – le gritó su madre, en cuanto lo alcanzó – ¡Tienes que dejar de girar!
- ¡No puedo! – estaba tan asustado que no era capaz de controlarse.
- ¡Quédate quieto! – le gritaba Haira desesperada.
- ¡No puedo!

Haira era consciente de que no podían estar así mucho tiempo más, las copas de los árboles se acercaban a gran velocidad. Haira le dio fuertemente con el hocico, desplazando la trayectoria de Mancu hacia un lado. Al sentir el golpe, Mancu se desoriento y un dolor intenso le recorrió el cuerpo, el dolor le distrajo de la caída y se quedó quieto, atónito. Haira lo cogió con las patas traseras y en cuanto estuvo segura de tenerlo bien sujeto, aspiró aire y el descenso disminuyó.

Poco a poco, Haira y Mancu fueron deteniéndose hasta que quedaron flotando en el aire - ¿Estás bien? – preguntó Haira mientras echaba un vistazo a sus garras.
- Me duele – le dijo Mancu entre sollozos.

- Lo siento, hijo – ella le acercó el hocico y le hizo un poco de cariño en la cabeza – sino parabas no te habría podido coger.
- Me has dado muy fuerte – lloriqueó.
- ¡Vaya mamá, eso ha sido súper! – Pacu estaba flotando al mismo nivel que ellos. Hansu los miraba con interés sin decir palabra – si me dejo caer ¿Me cogerás en el aire? – Pacu estaba de lo más emocionado.

- Esto no es un juego – Haira le miró con seriedad – tu hermano estaba en peligro, un peligro real. Nos vamos a casa.
- Pero mamá, todavía nos falta ir a la Laguna de las Aguas Turbias – Pacu dio la vuelta con enfado y empezó a agitar las patas – nos prometiste que podíamos soltar bolas de fuego contra el agua.
- Pacu – Haira estaba a punto de perder la paciencia – he dicho que nos vamos a casa, y nos vamos a casa ¿Está claro?
- Pero, mamá …
- ¿Qué es lo que no entiendes? – Haira le miro enfadada – Tu hermano se ha hecho daño, ¿Es qué no te importa lo que le pase? ¿Qué es lo que pasa contigo?
- No, no es que no me importe – Pacu miró a Mancu con culpabilidad, luego miró a su mamá afligido – Lo siento Mami – dijo un poco lloroso. Haira se sintió bastante mal por haber gritado a su hijo, se dio cuenta de que la preocupación la había puesto muy nerviosa.

- Lo siento cariño – le miró con dulzura – estoy muy preocupada por Mancu, quiero volver a casa y asegurarme que está bien.
- Si, ma – Pacu sacudió la cabeza y sonrió a su madre – vamos a casa, Hansu y yo volaremos detrás de ti – Hansu lo miró con fastidio, Haira vatio sus brazos y emprendió el regreso.
- Eres un caprichoso – le dijo Hansu un poco antes de seguir a su madre. Pacu lo miró le hizo una mueca y cerró la fila al vuelo.

- ¡Ahí va! Pero Sully, ¡Coge la mosca! ¡Que se escapa! Saca la lengua – papá Camaleón perseguía a Sully mientras este corría tras una mosca rebelde.
- Zaco da dengua zodo do que puedzo – le contestó Sully.

- Estírala más – su padre señalaba, desesperado, las direcciones que tomaba la mosca.

- Ezo intendo – Sully se metió la pata a la boca e intentó tirar de su lengua, la cual no se estiró mucho más. Sully se detuvo, cansado, se sentó sobre sus patas traseras y levantó la cabeza. La mosca se le paró sobre la nariz, Sully sacó la lengua rápidamente y aplastando la mosca, la arrastró hasta su boca – ¡Te cogí! – dijo triunfal.
- Por fin, hijo – su padre se paró a su lado – si sigues así te vas a morir de hambre.
A esas alturas de la vida, Sully era el doble de grande que su padre y estaba muy gordo. Su piel se había cubierto de una especie de placas grandes y duras, algo brillantes, tenía dos hermosos cuernos en la cabeza y unas cinco púas en la cola. Lo que no tenía eran los pinchos a lo largo de la espalda, cosa que sus hermanos sí tenían. Sus patas eran más largas y terminaban en unas afiladas garras, que Sully rebajaba frotándolas contra las piedras. Cuando habría la boca, unos cuantos colmillos aparecían, enormes y afilados.
Sus ojos se movían ambos para el mismo lado, a diferencia de los ojos de sus hermanos, que se movían cada uno para donde querían. Cuando Sully jugaba con ellos a “Atrápame si puedes”, nunca sabía hacia donde iban a ir ya que cada ojo le señalaba una dirección distinta.

No había vuelto a tirar fuego por la boca, cosa que agradecía de todo corazón. De todas maneras, lo había intentado evitar a toda costa ya que temía la reacción de su familia ante una nueva rareza.  Sin embargo, ese fenómeno sí que le dio mucha curiosidad, nunca en ninguna de las historias que sus padres les habían contado, acerca de los Camaleones Arcoiris, había escuchado que alguno echara fuego por la boca.
Un día, después de otro infructuoso intento de mimetismo, su madre estaba tomando el sol sobre una piedra y Sully se le acercó. Sully había aprendido a distinguir los Camaleones mimetizados del resto del medio, la clave la transmitían las familias de Camaleones, de padres a hijos, ninguna otra especie conocía el secreto, por lo menos hasta que Sully se enteró.
- Hola, ma – Sully se sentó al lado de la piedra.

- ¿Te apetece tomar sol, Sully? – le preguntó la roca.
- No, gracias Ma – Sully le miró dubitativo – quería preguntarte algo.
- Dime, cariño – un pedazo de piedra se movió hacia Sully, sintió que su madre le observaba expectante.
- Pues… ¿Qué tipo de cosas pueden salir de nuestra boca? O sea, ¿Tiramos algún tipo de secreción o cosa?
- Pues – mamá Camaleón pensó durante un momento – Creo que, básicamente, babas – le contestó – a veces vomitamos la comida, pero eso es cuando nos sienta mal.
- ¿Nada más? – Sully la miró desilusionado.
- Creo que no – ella el miró con interés - ¿Por qué lo preguntas?
- Por nada – Sully miró para otro lado y su cuerpo tomó un color algo rojizo.

- ¡Sully! Estás cambiando de color – dijo su padre con una sonrisa. Un poco más arriba, sobre una rama, un pájaro se estremeció al verlo. No es agradable ver a un camaleón sonreír, unos pequeños dientecitos asoman a lo largo de la comisura de los dientes, mientas los ojos miran cada uno para un lado. Es algo difícil de explicar y aún más de imaginar, pero quien lo ha visto no lo olvida nunca.
- Debí mirar para otro lado – pensó el pájaro un poco nervioso, y se fue volando.
- Ah, ¿Si? – Sully miró su piel con emoción – ¿Crees que estoy empezando a mimetizarme? – preguntó a su madre.
- Puede ser – contestó ella muy feliz – vamos con tus hermanos, podemos practicar – Sully asintió y siguió a su madre. Su padre, muy contento, bajó del árbol lo más rápido que pudo, y fue tras ellos.

Haira y sus hijos habían bajado a las profundidades de una cueva subterránea. El conocimiento de las piedras, tanto comunes como preciosas, era fundamental para un Dragón Real. Al saber qué piedras tenían a su alrededor, podían conocer el tipo de terreno en el que vivían,  cuántas cuevas subterráneas podía haber y cuanto tiempo más podían estar en esa zona.
- Esta es una Turquesa – les dijo Haira. Todo a su alrededor eran piedras de poco valor, pero de vez en cuando asomaba alguna con un color intenso, distinta a las demás.
Los dragones tenían la capacidad de adecuar sus ojos a la oscuridad, pero para poder apreciar los colores era necesaria la incidencia de luz. Haira lanzaba por momentos  pequeñas llamitas para que sus hijos pudieran ver más claramente el color de las piedras.

- ¡Esta es muy bonita! – exclamó Hansu, al verla iluminada por la llama. Todos lo miraron con curiosidad. No era normal que Hansu se emocionara por algo. Pacu y Mancu siguieron el avance de su madre, Hansu se quedó atrás lanzando pequeñas llamitas contra la esmeralda, para poder seguir admirándola.

- Si, es muy bonita – contestó Haira al aire, sonriente.
- Todo esto es muy interesante – mintió Mancu, estaba un poco aburrido – pero no entiendo por qué nos traes hasta aquí. Nosotros no podemos hacer nada con estas piedras.
- Todo dragón debe conocer los colores que nos brinda la naturaleza y las piedras que conforman su hogar – Haira estaba buscando alguna otra piedra preciosa para enseñársela.
- ¿Para qué? – Mancu la miró todavía más aburrido – estás piedras no conforman nuestro hogar, están debajo de él.
- Eso mismo – Haira se cargó de paciencia e intentó incentivar el interés – es importante para que sepas cuando va ha cambiar el terreno. Además, conocer el color de las cosas te ayudará a cambiar de color.
- No me interesa cambiar de color, me gusta el que tengo.
- Una de las características del dragón real es su facultad de cambiar de color.
- ¿Y de qué sirve? ¿Qué más da qué color tenga?
- Es importante.
- Lo será para ti – Mancu la miró insolente – a mi no me importa.
- ¡No seas grosero, muchachito! – le resondró Haira girándose hacia él - El color que tienes determina mucho tu carácter.

- ¿Y para qué quiero “determinar mi carácter”? Yo ya sé qué carácter tengo.
- Para ocupar un lugar dentro del mundo dragón.
- ¿Qué lugar? – interrumpió Pacu.
- Para los dragones reales el color es muy importante, es una manera de conocernos entre nosotros.
- Mamá – Mancu la miró aburrido - hasta hoy no hemos visto otros dragones.
- Pero los verán.
- ¿Cuándo? – preguntó Hansu, acercándose a sus hermanos con interés.
- Cuando estén listos – Haira les miró divertida – primero hay que prepararse, conocerse y crecer, luego se reunirán con los demás en el Gran Cañón.
- ¿Qué es un Gran Cañón? – Pacu se sentó y esperó atento.
- Es un accidente geográfico.

- ¿Cómo el que tuve yo el otro día? – Mancu la miró sin comprender.
- No.
- Pero eso fue un accidente ¿no? Eso me dijiste.
- Si, pero eso fue un accidente a secas, como mucho se podría llamar aéreo.
- ¿No uno geográfico?
- No.
- ¿Cuál es la diferencia?
- Que uno es una variación en la geografía y el otro es algo que pasa.

- Y ¿qué es la geografía?
- La tierra.
- Y, ¿Cómo varía?
- De muchas maneras.
- ¿Cuáles?

Haira se quedó pensando. Como todo padre, no tenía la respuesta para todas las preguntas y sus hijos preguntaban demasiado – Tendré que averiguar un poco más sobre este tema – pensó – se lo preguntaré al Gran Sabio cuando vayamos al cañón – hizo nota mental - Pues hay muchos, y yo no los he visto todos – contestó.
- ¿Por qué?
- No soy tan mayor como crees – Haira rió – todo eso se lo preguntaremos al gran sabio cuando vayamos al cañón. Ahora será mejor que nos vayamos. Hay que visitar el lago y admirar los colores reflejados en la cascada.

- El agua no tiene color – bufó Mancu.
- ¿Qué tan viejo es el gran sabio? – preguntó Pacu.
- El agua no, pero las pequeñas gotas – Haira, sin terminar la frase, caminó hacia la salida, seguida por los dragoncitos – y, el gran sabio es muy muy viejo, tanto que ya estaba ahí en la época de mi abuela.
- Las gotas son iguales al agua – pensó Hansu en voz alta – por lo tanto, si el agua no tiene color las gotas tampoco.
- No he dicho que las gotas tengan color, pero descomponen la luz y podremos ver cómo reflejan …

- ¿Y la abuela era muy vieja?
- Tu bisabuela, y sí, era… - La voz de Haira rebotó incesantemente contra las paredes de al cueva perdiéndose en la oscuridad.

- Trata – papá Camaleón miró a su hija orgulloso – el color es prácticamente perfecto, no pares de mirar el tronco ¿ves? Tiene como unos puntitos negros, si, si. ¡Perfecto! – Trata volvió a tomar su color original y se bajó del tronco.
- Es muy buena – dijo Vrata a Sully – seguro que no la puedes superar.
- Eso seguro – Sully la miró por un momento y luego volvió a prestar atención a Trata.
- Pero qué contento estoy – papá Camaleón se giró hacia mamá Camaleón, sonriente – todos están aprendiendo tan rápido.
- Los niños se hacen grandes – contestó mamá Camaleón. Ambos miraron a sus hijos que se estaban acercando a Trata, todos muy contentos.
- Ay, cari, no sé que vamos a hacer con Sully – dijo papá Camaleón suspirando en voz baja para que sus hijos no les oyeran – lo he intentado todo, no logro que cace adecuadamente la comida, todavía no logra cambiar de color y no puede trepar a los árboles – miró a Sully con atención y agregó – bueno, lo de trepar a los árboles no me extraña, está tan gordo...
- Y grande – agregó mamá Camaleón – los efectos de haber estado fuera del nido han sido más grandes de lo que creía. Cada día me siento más culpable.
- Los niños están empezando a preguntar.

- Pensé que ya se habrían acostumbrado a ver a su hermano así.
- Ni siquiera nosotros nos hemos acostumbrado – papá Camaleón la miró asombrado – ¿Cómo esperas que se acostumbren ellos?
- Creo que nosotros no nos hemos acostumbrado porque sabemos que se cayó del nido.
- Pero cariño, algo más tiene que haber pasado, los hijos de la Mirella son muy normales y también se salieron del nido cuando eran huevos.
- Eso es verdad – mamá Camaleón observó a Sully con atención - ¿No querrás decir que no es nuestro?
- ¡Por su puesto que no! – papá Camaleón desvió la mirada entre nervioso y molesto – Ni se me había pasado por la mente. Espero que tú tampoco lo hayas pensado.
- No – ella se aplastó contra el suelo y ladeó la cabeza hacia él – puede que haya comido algo y que le sentara mal. De repente a mutado – suspiró desesperanzada – ya no sé que pensar. ¿Quizás ha evolucionado?
- ¿Crees que es un eslabón más alto en la cadena evolutiva?
- ¡Uh! – dijo ella – qué culto ha sonado eso.
- Gracias cari.
- Volviendo a tu pregunta – dijo ella sonriendo y poniéndose de pie – pues puede que sí, ¿Qué explicación le encuentras?
- Pues, considero que no está mejor adaptado que nosotros – Papa y mamá Camaleón observaron a Sully, éste y sus hermanos estaban jugando a mimetizarse con el medio. Ganaba el que mejor lo hacía. Trully, que era el más delgado de todos, estaba de pie sobre sus patas traseras, se había colocado junto a una planta de color verde oscuro e imitaba una de sus hojas.
- Muy bueno – gritaron los demás – si no supiera que eras tú habría pensado que eras una hoja más – le dijo Prully entre risas – ahora me toca a mí – Prully se subió por el tronco del árbol más cercano y se instaló como prolongación de una rama.
- Muy bueno – Trully le miró aprobador.
- Esta casi mejor que el tuyo – exclamó Trata, retadora.
- Yo creo que le falta perfeccionar un poco el color – intervino Loto.
- Y tu que sabes – le gritó Prully, desde la rama – todavía no sabes imitar las piedras.

- Pues para que sepas, las piedras son de las más difíciles – Loto lo miró enfadado – además, soy el más pequeño, tengo derecho a tardar más que los demás.
- No es verdad – dijo Mully, interviniendo en la discusión – el más pequeño es Sully – al escuchar ese nombre, todos, automáticamente, giraron hacia el lugar donde estaba Sully. Durante unos minutos, el silencio se apoderó de todo el bosque y miles de ojitos se fijaron en una sola dirección, la que conducía a Sully.
Sully estaba junto a un arbusto, que estaba junto al árbol al que se había subido Prully. Estaba apoyado en una de sus patas traseras, manteniendo un equilibrio tembloroso. Su otra pata trasera, salía hacia delante semidoblada. Sus patas delanteras estaban alzadas hacia arriba, lo más que podía creando una especie de letra V más la floritura. Y, su cabeza estaba echada hacia atrás con el hocico en dirección al cielo. Su color verde plata, ahora era un verde más marrón que verde.

- ¿Sully? – Trata le miró desconcertada.
- Pfff, pffff – Trully estaba recostado sobre la espaldad de Mully sujetándose el hocico para no estallar en carcajadas. Sully, al sentirse observado, bajó la cabeza rápidamente, casi perdiendo el equilibrio empezó a temblar con más fuerza.
- Pero, ¿Qué estás haciendo? – preguntó Grata.

- Soy un arbusto ¿No lo ves? – la respuesta de Sully descontroló a Trully que estalló en carcajadas, dado que nunca nadie había oído reír a un Camaleón, el sonido que salió de su garganta era un poco gorgoreante. Mully miró a Trully y le dio un empujón, que lo único que logró fue que Trully se revolcara por el suelo riendo. Monco y Tronco reían más disimuladamente. Vrata miraba la situación divertida, Grata con un poco de preocupación y pena.
Sully bajó las extremidades de su cuerpo que mantenía suspendidas y las apoyó en el suelo. Miró a Trully, que todavía se carcajeaba sin control, y sintió que la vergüenza le subía a la cara. Sus ojos se llenaron de lágrimas y la cólera y la frustración se apoderaron de él.
- Sully – Grata avanzó unos pasos hacia su hermano – no te preocupes, ya verás que pronto…

- Que pronto ¿Qué? – Sully la miró colérico – que pronto nada. Pronto nunca – Sully dio media vuelta y se fue corriendo por detrás del arbusto.
Sus padres que observaban la escena, primero con asombro y luego con gran preocupación, se quedaron mirándolos sin saber qué hacer. Cuando vieron que Sully salía huyendo, mamá Camaleón miró a papá Camaleón y este salió tras Sully.

Sully corrió y corrió hasta llegar al lago, se sentó en la orilla y observó su reflejo en el agua. Miró su hocico cuadrado, los cuernos de su cabeza – Son tan grandes – pensó desilusionado. Dobló la cola hacia un lado y la cogió con ambas  patas – Nada es como debe ser – dijo en voz alta – soy un bicho, soy un monstruo – una lágrima cayó al lago y un pequeño hilo de vapor se alzó hacia el cielo. Sully miró su reflejo nuevamente, junto a él apareció el reflejo de su padre.
- No ha sido muy agradable ¿no? – su padre le acarició el costado con la cabeza y miró los reflejos en el lago.
- No soy como ustedes – dijo Sully.

- Eso no es verdad hijito – papá Camaleón fingió asombro – eres nuestro hijo, y eres igual a tus hermanos.
- Papá, por favor – Sully le miró molesto – es que no ves el reflejo – miró el lago y habló al reflejo de su padre – tengo ojos y veo lo que soy.
- Ese no eres tú – le dijo su padre – es solo la forma que tienes. Sé que lograrás todo lo que te propongas, solo tienes que esforzarte un poco más.
- ¿Esforzarme más? Me he esforzado todo lo que he podido, no puedo esforzarme más. Además, el esfuerzo no me transformará en Camaleón – Sully miró a su padre inquisitivo – dime papá ¿Por qué soy distinto?

- ¡Todo es culpa mía! – antes de que su padre pudiera idear una excusa, un grito se oyó a su espalda. Ambos giraron sus cabezas en dirección de la voz, viendo aparecer a mamá Camaleón. Esta llegó hasta Sully y se despaturró contra el suelo, a su lado – yo te perdí – dijo enterrando la cabeza en la tierra húmeda.
- ¿Qué? – Sully la miró y luego miró a su padre – ¿En dónde? ¿Cuándo?
- No le hagas caso hijo – papá Camaleón le miró con preocupación – la tensión ha hecho que tu madre pierda la cordura – miró hacia mamá Camaleón – anda, saca la cabeza del barro, que te vas a ahogar.
- Hay que decirle la verdad – dijo mamá Camaleón alzando la cabeza – ¡Ay! No podemos ocultarlo más.
- ¿Ocultar más que? – Trully y sus hermanos se agruparon alrededor de Sully y sus padres.
- Mamá, ¿Qué haces en el barro? ¿Te has caído? – Grata miró a su madre con curiosidad.
- Creo que te estás pasando de melodramática – comentó papá Camaleón.
- Es que esto es terrible – mamá Camaleón volvió a enterrar la cabeza en el barro.
- Ya la he visto hacer eso antes – dijo Trully, divertido – ¡Dura un montón! Yo  no puedo retener tanto tiempo el aire.
- ¿Cuándo la has visto hacer eso? – Mully le miró asombrado.
- Una vez, creo que fue para no perder la paciencia – Trully se quedó pensativo.
- Si – Exclamó Loto emocionada – tienes razón – Loto miró a su madre curiosa - ¿Y esta vez quien ha tenido la culpa?
- ¿Alguien puede explicarme que está pasando aquí? – Sully miraba a todos, sin entender nada.
- Tenemos algo que decirte – su padre lo miró muy serio.
- ¡Ayyyy! – dijo su madre sacando la cabeza del barro y volviéndola a enterrar.
- Esto parece una novela – dijo Trata divertida mientras se acomodaba sobre su panza.
- Saca ya la cabeza del lodo – dijo papá Camaleón – tenemos que decírselo, no podemos mantener esta situación por más tiempo – el tono de voz de papá Camaleón obligó a mamá Camaleón a sacar la cabeza del barro.
- Está bien, cari – le dijo – se lo diremos – miró a Sully compungida – todo fue mi culpa Sullito, yo te perdí cuando eras huevito.
- ¿Huevito? – Trully les miró divertido – siempre ha sido un pedazo de huevo bien grande ¿eh?. Que yo lo vi al nacer.
- Era un huevo como todos ustedes – aseguró papá Camaleón.

- No – Trully estaba muy convencido – era bastante más grande. Siempre ha sido más grande.
- A nosotros no nos lo pareció – dijo mamá Camaleón pensativa.
- Pues lo era – aseguró Trully.
- El huevo de Sully era del mismo tamaño que el vuestro – afirmó mamá Camaleón.
- Bueno – papá Camaleón la miró titubeante – un poquito más grande, y brillante.
- ¡Se veía igual! – los niños miraban la discusión de los padres, con un ojo sobre cada uno. Solamente Sully movía la cabeza de un lado a otro.
- En ese momento si. Pero, ahora que lo pienso, si que era más grande.

- Seguro que se debió a que lo perdimos.
- ¿Lo perdieron? – preguntaron los pequeños, a la vez.
- ¡Lo siento Sully! Todo fue culpa mía – mamá Camaleón lo miró arrepentida – no me dí cuenta y te caíste del nido. Luego de unos días papá te encontró y te trajo de vuelta. Yo los conté, los conté a todos, pero no me dí cuenta ¡Ay! Que mala madre soy – volvió a meter la cabeza en el barro.
- ¿Papá me encontró? – preguntó Sully, más para sí mismo que para los demás – pero, no es la primera vez que se pierde un huevo. Creo recordar que los hijos de…
- De la Mirella, si – dijo Trully aburrido – esta historia la hemos oído mil y una veces.

- Ellos no son como yo.
- Ni de lejos – interrumpió Mully.
- Ellos son como nosotros – dijo Trata orgullosa por su colaboración.
- Yo soy muy diferente – miró su reflejo en el  agua – mi lengua es distinta, mi cabeza también, tengo estas cosas entre mi cuerpo y mis patas – se miró las membranas – cuernos donde no debo y me faltan donde deberían estar. No puedo subir los árboles y soy más grande.
- Mucho más grande – interrumpió Mully.
- Y mucho más gordo – dijo Monco. Monco y Tronco eran bastante silenciosos.
- Bueno, no creo que eso este ligado a la especie – rió Trully.
- Además, está lo de las bolas de fuego – Sully se quedó pensativo.
- ¿Bolas de fuego? – dijeron, en un tono un poco más alto, todos a la vez. Sully les miró avergonzado.
- ¿Echas bolas de fuego? – su padre le miró con curiosidad.

- ¿Cómo? – le preguntó su madre.
- Por la boca – afirmó Sully moviendo la cabeza de arriba a abajo.
- Eso sí que no lo había oído en la vida – aseguró su madre, asombrada.
- Creo que no soy un Camaleón – concluyó Sully.
- De eso ya no queda duda – sonrió Trully.
- Pero entonces, ¿Qué soy?
- No digas esas barbaridades a tu hermano – resondró mamá Camaleón a Trully.
- Un dragón – la voz les llegó desde detrás. Todos dieron un gran salto y se pusieron en guardia.
- ¡La gaviota! – exclamó Trata.
- ¡No te acerques malvada! – Sully se acercó a la gaviota colocándose entre ella y los Camaleones – si intentas comernos te chamuscaré con mi fuego – la gaviota lo miró divertida.
- He escuchado vuestra conversación – dijo – dudo que sepas manejar tu ¿fuego? – se detuvo a pensar un momento – aunque suena bastante bien “Te chamuscaré con mi fuego”, no creo que mejor sería, “Te haré desaparecer con mi fuego”, o – adoptó una pose más caballeresca – “Tu carne arderá con mi fuego”. Eso suena potente.
- Lo tomaré en cuenta – contestó Sully asintiendo, cada vez le parecía más inofensiva.
- ¿Nos va ha comer, señora gaviota? – Trata se situó junto a Sully.
- No – la gaviota la miró con curiosidad – yo te recuerdo, mmm, a ver, ¡Si, claro! Eres el camaleón que estaba bajo la hoja el otro día, pensé que me estaban espiando, pero al ver lo joven que eras lo descarte.
- No soy tan joven – contestó Trata enfurruñada.
- Y, como aclaración, no soy una señora gaviota, soy un señor.
- No – Trully le miró malicioso – eres una gaviota.
- Eso ya lo sé – contestó la gaviota desdeñosa – digo que soy una gaviota macho, no hembra.
- ¿Y las gaviotas no comen Camaleones? – Trata se le acercó un poco más.
- No, no me gustan. Son demasiado ¿Correosos?
- Correoso serás tú – contestó Grata.

- Pues en lo que respecta a comer es más una ventaja que una molestia – la gaviota frunció el ceño – eres un poco irritable – concluyó.
- ¿Cómo sabes que soy un dragón? – Sully volvió la conversación al punto que le interesaba.
- Pues, porque yo lo sé todo – presumió la gaviota.
- Entonces, si lo sabes todo, dime ¿Cómo he llegado hasta aquí?
- Pues…. Este… - la gaviota lo miró y se dio por vencida – me has pillado. No lo sé todo. No tengo ni idea de cómo has llegado hasta aquí. Te habrás caído del nido, habrás rodado cuando huevo. Lo que no entiendo es como has sobrevivido, el nido de la dragona está bastante lejos.
- ¿El nido de la dragona? – Sully le miró esperanzado - ¿Sabes donde está?
- Sí – la gaviota lo miró con orgullo – les visito a menudo, somos muy amigos.
- No creo que sea buena idea Sully – su padre se le acercó pegando su cabeza a la de su hijo – no estamos seguros de que sean tu familia.
- Son los únicos dragones de la zona – aseguró la gaviota.
- ¿Sabes si han perdido a alguien? – Sully estaba emocionado - ¿No les falta un dragoncito?
- Pues, no lo sé – la gaviota se detuvo a pensar – la verdad, nunca han mencionado la perdida de ninguno de sus miembros.
- Vaya – la desilusión hizo mella en Sully, este bajó la cabeza y se sintió nuevamente desolado – quizás tampoco sea un dragón.
- De eso nada – la gaviota le miró alentadora – de que eres un dragón, eres un dragón. Lo que falta averiguar es de donde has salido – expandió sus alas y alzó el vuelo - ¡Volveré! – le gritó. Sully vio como la gaviota se hacía más pequeña según se alejaba.

Haira estaba sentada sobre el borde de la boca del volcán, mirando al infinito. Mancu voló hasta su madre y se posó a su lado. La miró y luego miró en la misma dirección que ella.
- ¿Qué miras? – Mancu volvió a mirar hacia el bosque. Haira no le prestó atención – Maaaa, ¿qué estás mirando? – insistió Mancu. Era temprano, por la mañana, el ambiente estaba un poco seco y despejado. Mancu se acercó un poco más a su madre y la tocó con una de las patas - ¿Ma?

- Ah, Mancu – Haira despertó del ensueño y miró a su hijo, esperando.
- ¿Qué mirabas? ¿Hay algo en el bosque? – Mancu volvió a mirar hacia el bosque con curiosidad.
- No – contestó con desilusión – no hay nada.

- Oye, ma.
- ¿Si? – Haira se pegó un poco más a su hijo, y sintió el contacto con sus escamas.
- Nosotros no hemos perdido nada ¿no?- Mancu la miraba con curiosidad, Haira giró el cuello y acercó su cara a la de su hijo.
- ¿Qué si hemos perdido algo? ¿Algo como qué?
- No sé – le contestó pensativo -  me pareció oír que teníamos algo perdido.
- No te comprendo, Mancu – su madre estiró nuevamente el cuello y volvió a mirar hacia el bosque.
- ¿Por qué miras tanto el bosque? Todas las mañanas estás aquí de pie mirando.
- Algún día os lo diré.
- Dímelo ahora.
- No.
- ¿Por qué no?
- Todavía eres muy pequeño.

- Ya no soy tan pequeño, te llego a la cintura, y mañana… ¡mañana seré más grande que tú!
- ¿Te pasa algo? – Pacu soltó el aire que tenía en sus pulmones y cayó torpemente al lado de Mancu – Ufff – dijo resoplando – por poco me caigo por el borde.
- Ya te ha dicho mamá que tienes que practicar más la exhalación – le reprochó Mancu.
- ¿Qué miras, Ma? – Pacu miró a su madre mientras ignoraba a Mancu.
- No quiere decirlo – contestó Mancu – ya se lo he preguntado yo.
- No estarás buscando a ese otro dragón, ¿no? – Haira sintió como si algo le fulminara el corazón, giró su cuello tan sobresaltada que una pequeña cascada de piedras rodó hacia los pies de la montaña.
- ¿Qué dragón? – le preguntó a Pacu - ¿Has visto otro dragón? – la preocupación apretujó su corazón. Ella sabía que los dragones eran muy territoriales, y si había otro dragón por la zona podía ser muy peligroso.
- El que mencionaba la gaviota, dice que es más pequeño que nosotros y que tiene un color gris muy feo, también comentó que …
- ¡¿Dónde lo han visto?! – Haira perdió el control de sus sentimientos, el recuerdo de su hijito perdido estaba siempre presente en su corazón, como por obra de magia, la sensación de temor se tornó en esperanza e intentó rozar por un momento la alegría - ¡Dímelo! – Haira acercó la cabeza rápidamente hacía su hijo. Pacu retrocedió temeroso y perdió pie, su cuerpo se balanceó peligrosamente hacía atrás y, por instinto de supervivencia inhaló un poco de aire, el cual exhaló al recuperar el equilibrio. Haira frenó su acercamiento y con un movimiento de la cola empujó a Pacu hacia delante. El golpe hizo que Pacu exhalara el poco aire que le quedaba violentamente y cayera otra vez sobre el borde – ¡Mamá! – se quejó molesto – eso me ha dolido.
- Lo siento cariño - su madre le lamió la cabeza con cariño – no medí mi reacción.
- Me están agobiando – se quejó Mancu, que todavía estaba entre ellos dos – si se pegan más me vais a aplastar – Pacu se rió y su madre dejó de lamerle para luego mirarle con atención.
- ¿En qué momento has hablado con la gaviota?

- El otro día – Pacu hizo un gesto como si intentara recordar – estaba con alguien, bueno, parecía hablar con alguien. El asunto es que le estaba contando que había conocido un dragoncito gris y que creía que estaba perdido – Haira abrió los ojos como platos y su mirada suplicante alentó a que Pacu siguiera contando – entonces – dijo él sintiéndose muy importante – yo interrumpí la conversación y le pregunté a la gaviota que como era ese dragoncito. Al principio se asustó y pegó un salto tal que pensé que se había caído por el borde del volcán – Pacu se rió y continuó – pero luego vi que asomaba la cabeza y me miraba con precaución. Se giró hacia una piedra que había a su lado y le dijo que no se preocupara que yo solo era uno de esos dragoncitos reales, los hijos de esa tal Haira…
- ¿De dónde me conoce esa  gaviota?

- Imagino que seremos muy famosos por aquí – Mancu miró en derredor a modo explicativo, luego se dirigió a su madre – no veo más dragones.
- Supongo – su madre suspiró – ¿Qué más dijo?

- Si, a ver, yo nunca vi a su amigo pero parecía que le decía algo, la gaviota me dijo que era gris, más pequeño que nosotros y que lo vio cerca al lago – miró a su madre curioso – luego me preguntó si no habíamos perdido nada, yo le dije que no.
- En el lago – Haira giró el cuello hacia un reflejo plateado que se divisaba en el horizonte – mañana iremos al lago.
- ¿Sí? – Mancu dio unos saltitos alegres y se pegó más a su madre - ¿y podremos tirar bolitas de fuego al agua?
- ¿Nosotros podemos nadar? – Pacu preguntó curioso.
-   Si – respondió su madre, sumamente contenta – podemos nadar y soplar bolitas al agua – sonrió divertida “y probablemente encontrar a tu hermano también” pensó para sus adentros. Haira observó como el reflejo plata se tornaba dorado con el atardecer – si pudiera iría hoy mismo – pensó – Tengo algo que contaros – les dijo a sus hijos, ambos asintieron – vamos dentro que Hansu debería escucharlo también.

- Si, ma – dijeron ambos a la vez. Dieron un saltó y desaparecieron por el agujero que era la boca del volcán. Haira miró como sus hijos bajaban flotando hacia el lecho y como un remolón Hansu se acercaba a la zona de aterrizaje.
Haira miró durante unos minutos la zona donde estaba el lago, con la esperanza de ver algo que confirmase la presencia de su hijo. Era necesario que los chicos conocieran la historia de su hermano, sobre todo ahora que estaban a punto de encontrarlo.

Unos ojos polidireccionales asomaban entre las largas hojas de hierba, el cuerpo de Mully temblaba perceptiblemente, por lo que las puntas de la hierba se batían al aire como detectores a punto de detectar. Trata pasó corriendo por delante para luego retroceder y mirar con atención el escondite de su hermano – Mully – le dijo – si sigues temblando así Sully te encontrará rapidísimo.
- No puedo evitarlo – Mully levantó la cabeza hacia el cielo, sus ojos enfocaban cualquier otro lado - ¿Y si me come el monstruo volador?
- ¿Ese que tiene dos cabezas, cuatro docenas de patas y veinticuatro ojos?
- ¡Sí, si! Ese, ese.
- ¡Ese monstruo no existe!
- Pero si Trully me dijo …

Trata suspiró desesperada - ¡Trully te ha mentido! No existe ningún monstruo de  veinticuatro ojos!
- Aunque tenga menos me sigue dando miedo.
- Nadie tiene dos cabezas y mucho menos… – Trata y Mully miraron atónitos la sombra que se dibujaba en el suelo; unas alas planeaban sobre ellos, el ser parecía tener dos cabezas y cuatro juegos de patas.
- El monstruo – farfulló Mully mientras temblaba tres veces más que antes - ¡El monstruo! – dijo en un tono más alto y chillón - ¡El monstruo! – gritó con más fuerza antes de desaparecer veloz entre la hierba. Trata intentó apaciguar su miedo, con mucha cautela levantó la cabeza hacia el cielo.
Cuando Trata pudo fijar uno de sus ojos en la dirección que le interesaba pudo ver una gaviota, con su respectiva cabeza y con otra cabeza adicional sobre la suya. Trata dio media vuelta con rapidez y salió corriendo en dirección contraria a la de su hermano.

- Les voy a encontrar – desde la orilla del lago se podía percibir un ligero movimiento entre la hierba – aunque os mimeticéis a la perfección sé que los encontraré – un par de garritas asomaron a través de la hierba seguidas por un hocico cuadrado y dos ojitos vivarachos – ¡Aja! – dijo Sully divertido, mientras daba un salto hasta un tronco de árbol muerto – sé que estás ahí Grata – Sully alargó una de sus patas delanteras e hincó una de sus uñas contra la corteza.
- ¡Ayyyy! – chilló Grata – no tienes porque pincharme – le reprochó. Un pedazo de corteza empezó a desprenderse lentamente del tronco, para luego bajar hacía la tierra. Mientras se movía iba cambiando de color hasta alcanzar un gris verdoso poco uniforme.
- Te dije que sabía donde estabas, solo que tú no me hacías caso – Sully la miró alegre.
- No es que no te hiciera caso – Grata se sacudió un poco – me quedé dormida, ¡Es que tardaste tanto!
- Tenía que contar hasta cien.
- Esa no es excusa.

- Es que no recordaba todos los números – se escuso Sully – olvidé el sesenta y tantos. Tuve que volver a empezar desde el cero.
- No se empieza desde el cero – contestó Grata molesta, mientras intentaba lamerse la zona del pinchazo – el primer número es el uno.
- Eso no es verdad – Sully la miró sabiondo – es el cero, así nos enseñó papá.
- Eso tampoco es verdad – ahora Grata se rascaba el cuello con la pata trasera – nos dijo que era una referencia, significa el conjunto vacío. Se le llama número, pero en realidad no expresa ningún número, expresa la falta de número.
- Bueno, no te falta lógica – Sully se sentó sobre sus patas traseras – de todos modos no perdí tanto tiempo al incorporar el cero ¿Me vas a ayudar a buscar a los demás?
- Me duele la cola – le respondió su hermana e intentó mirarle de reojo con uno de sus ojos, por lo menos.
- El juego dice que me tienes que ayudar – Sully la miró airado – si no querías jugar, haberlo dicho antes – ahora fue él el que miró a su hermana de reojo.
- Está bien, está bien – suspiró Grata mientras se ponía de pie - ¿A dónde vamos?

- Creo que Trully esta debajo de la piedra grande – Sully se enderezó ilusionado.
- Si ya sabes donde está, ¿Por qué no lo encontraste a él primero?
- Tú estabas más cerca.
- ¿También sabías donde estaba yo?
- Claro.
- ¿Sabes donde estamos todos?
- Sí – Sully se detuvo a pensar – bueno creo que sí, aunque podría equivocarme.
- No me extraña que nos encuentres tan rápido – Grata miró a su hermano con curiosidad - ¿cómo sabes donde estamos?
- Siempre estáis en el mismo sitio.
- ¿Qué?
- Que siempre estáis en el mismo…

- Sí, si, ya te escuché – ella le miró con enfado – y no creo que sea verdad, yo cambio de lugar.
- ¿Ah, sí?
- Si.
- ¿Dónde te escondiste antes de ayer?
- En el tronco.
- ¿Y hace cinco días?
- En el tron… – Grata le miró con enojo y luego miró el tronco, volvió a mirar a Sully con la evidencia en la mente – ¡Pero si estaba del otro lado del tronco!
- Es el mismo sitio – Sully la miró expresando evidencia.
- No lo es – Grata se sintió atrapada – ¡Son lugares diferentes!
- Es el mismo sitio – dijo Sully con paciencia, mientras se acercaba hacia las hierbas, para encontrar a sus demás hermanos.
- No lo es – respondió Grata mientras iba tras él en la misma dirección.

- ¡Mami, mamí! – gritó Pacu con emoción - ¿Has visto? Mi bola de fuego era gigante – Pacu daba saltitos mientras intentaba señalar con una de sus patas la dirección que había tomado la bola de fuego, antes de caer sobre el agua y apagarse.
- Si, si – contestó Haira distraída – muy grande, sí – Haira miraba con atención en todas las direcciones que podía, intentando localizar al pequeño dragón.
- ¡Mamá! – gritó Hansu – dile a Pacu y a Mancu que dejen de tirar bolas de fuego al agua, podrían contaminarla y matar un montón de seres vivos.
- Sí – contestó Haira, en automático – tirar bolas – Haira avanzó unos pasos hacia el agua, le pareció ver que algo se movía en la orilla opuesta. Después de un momento,  volvió a retroceder al darse cuenta de que se trataba de una ardilla. Suspiró y se sentó sobre sus patas traseras.
- Ma, voy a nadar – le dijo Pacu a su madre – puede que él se encuentre en el lago – sonrió a su madre, mientras metía las patas en el agua.
- Sí – contestó Haira, estaba muy contenta, parecía que sus hijos tenían tantas ganas de encontrarle como ella. Corrió hacia Pacu - ¡Espera! – le gritó. Pacu se detuvo y vio como su madre llegaba a su lado tan veloz como la luz – no entres solo en el agua, yo iré contigo.

- ¿Yo también puedo ir? – preguntó Mancu que al oír a su hermano había corrido hacia ellos.
- Claro que sí – le contestó Haira – pero no deben separarse de mi lado, la verdad hace mucho que no nado, y no sé que seres pueden habitar este lago.
- No nos separaremos, mamá – contestó Pacu la mar de contento.
- Bien, entonces… - Haira les explicó como tenían que acondicionar su cuerpo y respiración para no tener que salir a la superficie tan seguido. Además, estaba el tema de la temperatura – no podemos estar demasiado tiempo bajo el agua, podríamos enfriarnos – sus hijos asintieron - ¿Vienes Hansu? – Haira miró como Hansu observaba fijamente algo demasiado pequeño para divisarlo a esa distancia - ¡Hansu! – gritó.

- ¿Si, Ma? – Hansu giró la cabeza y la miró. A diferencia de sus hermanos, a Hansu le interesaba profundamente el asunto de ese otro, el hermano perdido. El quería encontrarlo, los otros lo daban por sentado – son tan infantiles – pensó al verlos chapotear.
- Vamos a nadar, ¿vienes? – su madre le observó con curiosidad.
- No, prefiero quedarme aquí.
- No te vayas lejos – ordenó su madre – no tardaremos mucho y ten cuidado.
- Sí, Ma – contestó Hansu y volvió la vista al punto que le interesaba.
Haira le observó durante un momento y luego miró a los otros dos – bien – pausa – pues, al agua – los tres caminaron juntos unos metros y luego se zambulleron por completo.

- ¡Nos ha encontrado a todos!  - se quejó Monco – eso no es justo ¿Cómo es que nos encuentra tan rápido?
- Dice que siempre nos escondemos en el mismo sitio – contestó Grata.
- ¡Eso no es verdad! – chilló Prully.
- Es lo que yo digo – Grata apoyó su cabeza sobre sus patas delanteras como descansando.
- ¿Dónde está Mully? – preguntó Sully mientras aparecía por en medio de la bifurcación de un mismo tronco.
- ¿No lo has encontrado? – preguntó Grata con saña.
- No.
- ¿No que todos nos escondemos en el mismo sitio?
- Mully no – contestó Sully distraído, mientras pensaba donde podía estar.
- Yo me lo encontré hace un rato – dijo Trata – estaba muy asustado.
- ¿Asustado? – Sully le miró con interés.
- No sé de que te asombras – interrumpió Trully – Mully se asusta de cualquier cosa.
- Claro – Grata se metió en la conversación, un poco enfurecida – te pasas la vida asustándolo, que si monstruos por aquí, que gusanos come carne por allá.
- Es su culpa – se excusó Trully – si no fuera tan miedoso, no sería tan divertido.
- No empecemos otra vez – mamá Camaleón apareció por entre la maleza con un asustado Mully pegado a su cola – él intenta ser menos miedoso, y tú en vez de ayudar a tu hermano a que sea más valiente, le cuentas historias para que tenga más miedo. ¿Cómo es eso de un monstruo de dos cabezas cuarenta patas y veinticuatro ojos?
- Dos docenas de patas – corrigió Trata.

- No, eran treinta patas – interrumpió Tronco.
- ¿No era una docena? – Sully dudó un poco.
- Sí, era una docena – corroboró Grata.
- ¡Me da igual el número de patas! – su madre les chilló exasperada - ¡Eso es lo de menos! Ningún animal terrestre ni volador tiene más de cuatro patas ¿Entendido?
- Los insectos si – corrigió Trully.
- Hablo de reptiles, mamíferos y aves – corrió su madre.
- ¿Y los Bichurochus? – Preguntó Loto.
- No existen – repitieron Grata y Sully automáticamente.
- ¿Y los Chancullosos? – Vrata se les acercó, con interés.
- Tampoco.
- ¿Y los Acuátifos?
- Tampoco.

- ¿Y los Transmutosos?
- Esos menos.
- ¿Los que? – mamá camaleón los miró atónita
- Transmutosos – aclaró Trata.
- Pero que es… - mamá camaleón se quedó a medio camino ya que Sully se apresuró a explicárselo.
- Son unos seres mitad gato mitad ave, tiene seis patas, dos de ave y cuatro de gato, un pico muy largo con dientes muy filudos ¡y vuela tan rápido que ni te das cuenta de cuando te coge! Además en la cola tiene …
- ¡Basta ya! Esto es el colmo – mamá Camaleón miró a Trully – no me extraña que tengas aterrorizado a tu hermano, lo raro es que no estén aterrorizados los demás.
- Es que son mentiras – Vrata miró a su madre con inocencia – nunca hemos visto ninguno, no podemos tener miedo si no lo hemos visto.
- ¿Quién te ha dicho eso? – a cada momento sus hijos la asombraban más.
- Pues… Grata – Vrata se miró los pies y jugó un poco con sus dedos, haciéndose la distraída.
- ¡Esto es de locos! Unos aterran a otros y los demás se exponen a cualquier peligro.
- Es que no existen – Grata avanzó hacía su madre con decisión.
- Ya sé que los que se inventa tu hermano, no existen. Pero hay otros, que nunca habéis visto, que sí existen.
- Yo he visto al de las cuatro patas – dijo Mully en un tono de voz casi inaudible.
- ¿Qué crees que le estabas haciendo a tu hermano? – mamá camaleón miró a Trully sumamente enojada – esta vez te has pasado.
- ¿Yo? – Trully la miró extrañado – no le he hecho nada.
- Has creado solo dios sabe que bicho para asustarlo.

- ¿Creado? – Trully la miró con expresión de extrañeza – no sé de que estás hablando, Mami.
- ¡Deja de jugar conmigo! – mamá camaleón estaba de un color morado a causa de la congestión de sangre, por el enojo – no te bastó con contarle la historia, tenías que hacerla más real ¿no?
Trully se quedó mirando a su madre sin saber que decir, no sabía de que estaba hablando, ni de que se le acusaba. Él se había pasado media mañana debajo de una roca.
- Yo lo vi – dijo Mully – pasó volando por encima nuestro, y casi nos coge – Mully miró a Trata esperando su apoyo. Los ojos de Trata crecieron el doble y un brillo de comprensión los invadió por completo.
- ¡Ah! Te refieres a la gaviota – Trata sonrió mostrando las irregulares  hileras de dientes.

- ¿Gaviota? ¿Qué gaviota? – mamá camaleón miró a su hija, expectante.
- La que pasó volando – Trata la miró aún más contenta, y por supuesto aliviada por la aclaración e inexistencia del monstruo - Pasó volando en dirección al lago, y …
- Bueno – Trully suspiró e hizo detener el relato de Trata – ahora que todo está aclarado – miró en la dirección que se encontraba su madre – y hemos visto que no soy culpable de todo lo que le pasa a Mully ¿Podemos seguir jugando?
- A mí me gustaría seguir jugando – Sully miró expectante a sus hermanos.

- A mí también – confirmó Grata.
- Entonces, vamos – Trully miró a Sully - ¿A quién le toca buscar?
- Creo que a Trata.
- Bueno – Trata se acercó a un tronco, se paró frente a él y cerró los ojos - ¡Empiezo! – gritó. En un abrir y cerrar de ojos, todos desaparecieron a excepción de mamá Camaleón, que después de suspirar derrotada dio media vuelta y se fue a buscar a su marido.
Una vez más, desde la orilla se pudo percibir un agitado moviendo proveniente de la densa hierba. Sully salió dado trompicones e intentando soltarse una telaraña que se había enredado en su pierna. Dio dos saltitos hacía atrás, sobre una de sus patas traseras, mientras intentaba soltar la telaraña de la otra pata con ayuda de las delanteras. Dio un par de saltitos más, hasta que perdió el equilibrio y cayó de espaldas a escasos treinta centímetros de Hansu.

Al sentir el golpe, Hansu se giró resoplante y sumamente enfadado - ¿Es que no se dan cuenta de que estoy ocupado? ¡Han asustado al bicho y se ha ido! – una densa voluta de humo salió por sus fosas nasales, chocando con fuerza contra un ser desconocido. Una vez se hubo disipado y Hansu constatara que no se trataba de uno de sus hermanos, le miró con curiosidad mientras acercaba su cara a la del ser tendido en el suelo.
Sully miró horrorizado a aquella gigantesca criatura, ¡Por lo menos era dos veces más grande que él! Tenía unos cuernos gigantes en la cabeza, y un color verde brillante, desconocido para Sully, cubría todo su cuerpo. Para su desgracia, aquel ser gigante le había atacado con una nube de humo, ¡Seguro que con alguna sustancia para mantenerlo inmóvil!, movió una de sus patas para asegurarse – No, puedo moverme, eso es bueno- pensó. Y ahora parecía acercarse más y más – seguro que me va ha comer – el instinto de supervivencia actuó rápidamente, Sully se giró sobre sí mismo, se puso en cuatro patas y salió corriendo lo más rápido que pudo.

- ¡Eh! Espera – Hansu miró como aquel pequeño dragón se alejaba veloz – pero si parece uno de nosotros – dijo en voz alta para sí mismo – no creo que sea él, es bastante más joven, además parece no saber cambiar de color, y…. ¡Eh! ¡espérame! – Hansu salió corriendo tras Sully.
Sully se escabulló entre la hierba en dirección al nido, o lo que quedaba de él ya que nadie lo usaba como tal, sentía los pasos de su perseguidor a pocos metros de los suyos y esto hacía que los suyos fueran aún más rápidos – está a punto de cogerme – pensó aterrorizado - ¡Monstruo!¡Monstruo! – fue lo único que se le ocurrió gritar, mientras se acercaba al nido, veloz, intentando alertar a sus hermanos.
Hansu seguía de cerca al pequeño dragón – ¡No corras! – gritó entre jadeos – no te voy a hacer daño, puff, como corre el pequeñajo – dijo entre dientes. A Hansu, que al ser más grande que Sully podía ver sobre el nivel de la hierba, le pareció que un poco más adelante esta se acababa. También pudo oír como Sully gritaba ¡Monstruo! ¡Monstruo! Mientras se acercaba vertiginosamente al claro. Hansu disminuyó la velocidad de persecución y empezó a mirar a su alrededor mientras corría - ¿Monstruo? – se preguntó - ¿Dónde? – luego volvió a mirar hacia delante - ¡Ah! Es por eso por lo que corre – concluyó – no por mí. ¡No te preocupes! – gritó a Sully - Yo te protegeré del monstruo, no te podrá hacer nada, no corras tanto que no logro alcanzarte – Hansu apresuró el paso y empezó a acercarse más y más al claro.

Papá y mamá camaleón estaban cómodamente instalados sobre la misma roca – ha sido muy buena idea la de traer esta roca, cuando hace sol esta calentita.
- Sí – le contestó papá camaleón – es un placer para el cuerpo, siento como reconstituye todos mis huesos.
- Solo nos falta una charca – mamá camaleón se giró levemente, para que el sol le diera sobre uno de los lados.
- Eso ya sería el no va más – papá camaleón la miró de reojo con apenas un milímetro de apertura entre los párpados – Flora tiene una, el otro día me dijo que Sully le ayudó a hacerla.
- ¿Sully?
- Sí, me dijo que usó unas hojas para llevar el agua – suspiró – lo único malo es el mantenimiento ya que a la larga se filtra el agua y hay que traer más.
- Le habrá pagado con algo ¿no? Ese chico es demasiado amable, a veces creo que se aprovechan de él.
- Me parece que sí le dio algo – papá camaleón se giró hacía su esposa y abrió el ojo al que no le daba el sol, para verla – creo que unas moscas.
- Hay que admitir que no es muy buen cazador.
- Lo intenta, es más bueno con la cola que con la lengua.
- ¿Con la cola? ¿Cómo es eso posible?
- Parece que ha encontrado la manera de volverla pegajosa, les da un coletazo y se quedan pegadas.
- ¿?

- Luego las despega lamiendo la sustancia.
- No debe ser muy agradable, eso de andar lamiendo sustancias.
- Dice que no es desagradable, la saca de la casa de las abejas.
- ¿Y no le pican? – mamá camaleón abrió los ojos de golpe, el sol le dio de lleno y tuvo que cerrarlos con rapidez.
- Dice que no le hacen daño, parece que no son capaces de atravesar su piel.
- ¿Cómo?
- Ya sabes, Sully tiene sus cosas.
- ¡Monstruo! – al oír el grito, papá y mamá camaleón giraron automáticamente sobre sí mismos y cayeron a un lado de la piedra.
- Creo que es la voz de Sully – dijo mamá camaleón muy nerviosa, mientras daba la vuelta a la piedra y se situaba al lado de papá camaleón - ¿Estará en peligro?
- Parece que hay algún peligro, sí – respondió el aludido.

- Deberíamos ir a ayudarle – mamá camaleón se dispuso a ir hacía la voz, pero papá camaleón la detuvo – ¿Qué vas a hacer? Él dragón es él, al final tendrá que salvarte él a ti.
- ¡Pues, protegeré a mi hijo! Aunque tenga que usar uñas y dientes, ¿No pensarás dejarle allí, y que se lo coma el monstruo?
- ¿Qué monstruo? – papá camaleón miró en la dirección de la que venía la voz y solo vio hierba – no veo nada.
- Si él dice que está, está – mamá camaleón se adelantó sin éxito, ya que antes de que lograra adentrarse en la hierba, Sully salió disparado y chocó con ella, ambos rodaron hacia un lado, quedando tendidos sobre el suelo, a escasos metros uno del otro. Sully se levantó con rapidez y se acercó a su madre sujetándola por la cola y alzándola del suelo. Papá camaleón observó atónito el suceso para luego girarse y mirar horrorizado como emergía de la hierba el susodicho monstruo.
- Vaya – Hansu se sentó sobre las patas traseras y les miró, jadeante – por fin te detuviste – papá camaleón miraba, con miedo, curiosidad y extrañeza, al ser que se había sentado delante de él. El hecho de que ese ser se hubiera detenido hacía que se sintiera más seguro. Mamá camaleón, aunque aún estaba un poco aturdida, levantó la mirada del suelo y observó al visitante – Yo soy Hansu – le dijo a Sully - ¿Y tú como te llamas?

- ¡¡¿?!! – Sully no pudo responder, se quedó petrificado en plena intención de salir corriendo con su madre a cuestas, el problema es que no era tan rápido usando solo dos patas que con las cuatro.
- ¿Por qué sujetas esa roca? ¿Se la vas a tirar al monstruo? – Sully seguía atónito, con su madre sujeta por la cola.
- Sully, ¡Bájame ahora mismo! – grito ella, mientras movía las patas delanteras con desesperación, meciéndose levemente a causa del movimiento – déjame en el suelo.
- La roca habla – Hansu les observaba sin entender – esto es muy extraño, ¿Ese era el monstruo? Un poco pequeño ¿no? Pensé que te perseguía algo grande y malo.
- ¡No soy ningún monstruo! – mamá camaleón logró mecerse con más fuerza y se sujetó a una de las patas traseras de Sully – Uff, así se está mejor – su color empezó a tornarse gris – soy un camaleón, y este, que me sigue sujetando por la cola, es Sully.

- Entonces – Hansu miró hacía los lados, como si buscara algo - ¿Dónde está el monstruo? – de pronto Sully le miró con otros ojos y comprendió un poco mejor lo que pasaba.
- Tú eres el monstruo – le dijo mientras le señalaba insistente - ¡Tú! Tú me atacaste
- ¡Bájame!! – su madre se sacudía desesperada, mientras intentaba bajar por la pata de Sully y que este le soltara la cola.
- No soy un monstruo – Hansu miró a mamá Camaleón – me parece que deberías soltarle, no es saludable estar tanto tiempo cabeza abajo – Sully siguió la mirada de Hansu hasta su madre.
- ¡Uy! – dijo – lo siento, Mamí – la depositó en el suelo con delicadeza.
- Estoy un poco mareada – dijo ella y se recostó en el suelo.
- Entonces, ¿No nos quieres comer? – Sully miró a Hansu, ahora que lo podía ver con claridad, le resultaba familiar.
- No  - Hansu miró alternativamente a Sully y a mamá Camaleón – ella no puede ser tu madre.
- Es mi mamá – contestó Sully - ¿Por qué me perseguías?
- Porque corrías – Hansu sonrió y mostró su afilada doble hilera de dientes - ¿De verdad crees que es tu madre?
- Si, y no te burles de mí – Sully avanzó unos pasos hacía Hansu – me tiraste a la cara un humo muy sospechoso, luego acercaste esos enormes colmillos ¿Y quieres que piense que eres inofensivo?
- ¡Me distrajiste mientras observaba al bicho! ¡Nunca había visto uno igual!

- ¿Qué bicho? – Sully se le acercó un poco más – allí no había ningún bicho.
- Sí que lo había, era verde y parecía una hoja.
- Eso es un bicho hoja, no son muy sabrosos, pero se dejan coger.
- ¿Te comes esos bichos?
- Sí, es que son más fáciles de coger que las moscas – se excusó Sully.
- ¿Comes moscas? – Hansu estaba asombrado – no deben alimentarte demasiado, son muy pequeñas.
- También están los moscardones – Sully se animó un poco – el problema es que son menos tontos y más rápidos. Aunque es cierto que la miel les tienta mucho más.
- ¿Miel? – Hansu acercó levemente su cabeza hacía Sully, según él para observarle más detalladamente – Eres un dragón un poco raro, deberías comer otras cosas.
- ¿Otras cosas? ¿Cómo qué?

- Pues, cosas de dragón, está claro.
- ¿Por qué tendría que comer esas cosas? Como lo mismo que mis hermanos.
- Porque eres un dragón y los dragones comen cosas de dragones, ¿Y qué cosas comen tus hermanos?
- Moscas, moscardones, bichos en general – parecía que lo que Sully decía tenía mucho sentido, Hansu no lo comprendía, empezó a dolerle la cabeza.
- Un momento – intervinó papá Camaleón, que hasta el momento mantenía su forma, o apariencia, de roca, por si acaso – es lo mismo que dijo la gaviota.
- ¿Esa roca también habla? – Hansu se levantó y se acercó a papá Camaleón, lo cual hizo que este retrocediera sigilosamente – es otro camaleón ¿no?
- Sí – Sully le miró con orgullo – él es mi papá y ella es mi mamá – dijo señalando a mamá Camaleón, que al sentirse mejor se había puesto de pie y escuchaba atenta la conversación.
- No, no pueden ser tus padres – Hansu les observó durante un momento, un segundo a cada uno y luego afirmó – dos camaleones no pueden ser los padres de un dragón.
- Es que soy un camaleón que parece dragón – dijo Sully avergonzado.

- Seguro que no – Hansu se giró y se acercó a Sully – eres un dragón, te pareces mucho a mis hermanos cuando eran pequeños.
- ¿Hermanos? – su mente sumó dos más dos, las ideas iban y venían rápidas. Sully observaba a su hermano con atención mientras meditaba las probabilidades.
- Si – contestó Hansu.
Todos los presentes los miraban en silencio, la mayoría esperando a que alguien les aclarara el asunto ya que estaban un poco perdidos.
- ¡Hansu! ¿Dónde te habías metido? -  una voz que denotaba una gran preocupación, y parecía estar a punto de llorar, llamó su atención – pensé que te había perdido – continuó – no habría podido soportarlo, ya sabes lo de tu hermano, ¿Cómo…? – Haira miró a su hijo, y al resto de presentes que tenía enfrente. Debido al jaleo montado por el encuentro, allí estaba la familia Camaleón al completo que le miraba con una expresión de terror. Luego bajó la vista y vio la espalda del pequeño dragoncito que estaba casi bajo ella.
Sully sintió que algo le tapaba el sol, miró la tierra que había bajo sus pies y vio una gran masa de la que nacía un largo cuello con un par de cuernitos en la frente. Al levantar la vista y ver la expresión en la cara de su familia se quedó más quieto que una piedra.
Haira miraba a Hansu y luego a Sully, indistintamente, todavía no se lo podía creer – ¡Mira má! ¿Si o no que este dragoncito es igualito a nosotros? – Hansu miraba a su madre con una sonrisa de oreja a oreja – no será mi hermanito ¿no? – la frase la dijo más por parecer ocurrente que porque creyera en la posibilidad.
Haira no podía creérselo, había encontrado a su hijo.

- Imagino lo mal que lo has pasado – mamá Camaleón estaba sentada junto a Haira, con la cabeza levantada hacia arriba.
- Fue muy difícil para mí – Haira desbordaba felicidad – casi pierdo la cordura, pero tenía que pensar en mis otros pequeños – miró hacia donde estaban Macu y Pacu, rodeados de los demás camaleones. Tiraban sin cesar bolas de fuego hacia las aguas del calmado lago, los camaleones gritaban vitoreando a uno y a otro.
- Van a quedarse sin fuego – Hansu, que había seguido la mirada de su madre, los observaba con desaprobación.
Sully estaba sentado junto a la pata derecha de Haira, después de todos los besos y abrazos ella no había querido separarse de él. Hansu estaba sentado a su lado escuchando con interés la conversación de las dos mamás.

- Cuando pensé que había perdido uno de mis huevos me sentí tan mal – mamá camaleón miró hacia Haira sintiéndose culpable – pensé que era uno de mis pequeñines.
- Te estoy sumamente agradecida, no sabes cuanto – contestó Haira – si no hubiera sido por ustedes mi chiquitín se habría perdido – bajó la cabeza hasta la coronilla de Sully y dio un beso. Sully sacudió la cabeza, avergonzado.

- Y ahora, ¿Qué harán? – mamá Camaleón había estado intentando colar el tema durante toda la conversación, quería que Sully se quedase con ellos pero no se atrevía a contrariar a Haira, ¡Era tan grande!
- Te refieres a nosotros y a Sully ¿no? – Haira la miró con comprensión, ellos sentían que Sully era su hijo y temían que ella quisiera quitárselo – está creciendo muy rápido – tanteó, mamá camaleón esperó a que continuase – es necesario enseñarle ciertas cosas y que conozca a otros como él.
- ¿Me vas a llevar lejos de mamá y papá? – Sully la miró, temeroso, estaba contento de tener una mamá y unos hermanos como él, pero también quería a su familia camaleón había crecido con ellos y para él eran su familia.
- De vez en cuando – Haira sonrió, sus afilados dientes reflejaron un rayito de luz, Sully devolvió la sonrisa - ¿No te gustaría venir al Gran Cañón?
- ¿El Gran qué? – Sully miró a Hansu y a Haira esperando una explicación.
- El Gran Cañón – interrumpió Hansu – es donde se reúnen todos los dragones.

- ¿Y para que se reúnen?
- Pues para…, no lo sé, ¿Para que se reúnen ma?
- Para conocerse y para establecer las normas de vida de los dragones.

- No entiendo para que necesitamos esas normas de vida – Mancu se sentó junto a sus hermanos, los cuatro le miraron – normalmente no vemos más dragones, para que tanta normativa de convivencia.
- Ya te conté que tenemos que comportarnos como rige la norma, no somos cualquier tipo de dragón somos…
- Dragones reales – repitieron los tres dragoncitos a la vez. Para ese momento ya estaban todos allí, entre sentados y parados, escuchando atentamente la conversación.
- Yo quiero estar con mis hermanos – interrumpió Sully, todas las miradas recayeron en él – con todos – especificó, no quería generar ningún tipo de problema.
- Por supuesto – dijo Haira - al fin y al cabo vivimos unos junto a los otros - Todos sonrieron, contentos y aliviados.

Después de mucha charla unida a sus respectivas aclaraciones todas las familias quedaron contentas. Sully pasaría algunos días con su familia camaleón y otros con su familia dragón. Cuando fuera necesario ir al Gran Cañon, con su mamá y hermanos Dragones. Se ausentaría unos mesecillos pero volvería con interesantes novedades para compartir con sus hermanitos camaleones.

- Me encantan los finales felices – comentó Rupert a la roca que tenía a su lado - ¿No estás de acuerdo conmigo? – preguntó – ¡No sé porque nunca me contestas! – le gruñó fastidiado – dicen que hay que ir de dos en dos si hacemos viajes largos, imagino que para no dormirnos, pero contigo no hay caso, te hablo y hablo y nunca contestas, ¡Estoy cansado de tu indiferencia y ni que decir de la timidez!. En cuanto vuelva extenderé una queja al consejo y pediré un cambio de compañero – salió corriendo y aprovechando una suave ventolera alzó el vuelo.
Una cabecita de gaviota asomó por el lado de la roca, miró a su alrededor y luego hacia Rupert. José corrió y alzó el vuelo hacia su compañero.
 
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Sully

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