REGRESO A SAN JUAN
(Escrito por nuestro amigo Jorge Guerrero)
La tarde que aquel joven vive a plenitud mientras camina es hermosa. Un poco fresca, apenas para terminar con
el calor que el caminante ha estado soportando desde que se bajó del tren.

El sol, ya sin fuerzas, ha decidido esconderse detrás de la montaña y apenas si se ve una manta anaranjada
sobre la línea allá arriba. En esta parte del año la noche todavía tardará en llegar.

El joven camina alegre con su mochila al hombro aunque un poco preocupado de que alguien note que renguea.
¡Bah!, los que lo conocen sabrán que en realidad aunque rengueando él ha sido muy afortunado. Unos han vuelto de plano cojos o mancos. Otros allá se quedaron sin remedio. Así es el regreso de la guerra.

Desde que se fue han pasado casi cuatro años. Pero el camino no ha cambiado nada y cada árbol, cada piedra, permanecen iguales que cuando él y Julieta caminaban hacia el pueblo cercano para seguir paseando por la alameda mientras soñaban cómo pasarían sus vidas sin que nada ni nadie hiciera mella en la dicha de su amor.

Pero la Patria había demandado que él dejara su casa, su pueblo y su novia para ir a matar a jóvenes que también habrían dejado su casa, su pueblo y su novia. Así es la ida a la guerra.  Cuatro años terribles de los cuales él ha decidido no hablar nunca no sea que al recordar detalles le llegue a ser imposible contener lágrimas iguales a las que vertió cuando sus amigos murieron en sus brazos o fueron destrozados por una granada...

¿Quién podrá obligarlo a contar de su miedo de cada noche y de cada ruido?

El joven va feliz con sólo una cosa robándole un pedazo de su alegría: Por enésima vez vuelve a preguntarse, ¿por qué no habrán llegado las cartas enviadas a Julieta? Sólo unas cuantas en los primeros meses fueron recibidas y contestadas. La última coincidió con la noticia de la muerte de su madre, que su hermano le envió antes de embarcarse hacia América.

Bueno, sus cartas no fueron las únicas perdidas. Bien recordaba que su amigo Francisco recibió una carta de
su madre con dos años de retraso.

¡Que bella era Julieta! Pedro está seguro de que su amada tiene que ser más bella ahora que ya tiene sus 22
años.  ¿Qué sentirá ella cuando lo vea un tanto acabado por los años de sufrimientos y de miedos? Ella comprenderá todo en un santiamén y cubrirá con besos y caricias su rostro maduro a destiempo. ¡Siempre fue tan cariñosa!

Pedro decide no pensar en eso y sigue su andar silbando. Envuelto en su alegría el silbador no se ha fijado que
un hombre joven lo ha alcanzado, hasta que éste le dice "Buenas tardes". Los instrumentos de labranza al hombro indican que viene de trabajar en el campo.

Muy buenas. ¿Quién eres? No recuerdo tu rostro.

Soy Cándido Torres. Yo tampoco te había visto antes. Quizás no has andado por estas partes desde antes
que mi familia se mudara a San Juan hace unos tres años. ¿Eres de aquí de San Juan? ¿De dónde vienes?

Pues sí, sí soy de aquí. Mi nombre es Pedro Campos  y en este momento vuelvo del frente donde me pasé cuatro años.

Yo también quise ir a la guerra pero no me admitieron por cierto impedimento. Te confieso que siento envidia por ti.

Ah, qué Cándido, no sabes lo que dices.

Continúan su camino en silencio, uno pensando en las palabras que acaba de oír y el otro tratando de ahuyentar a toda costa los tristes recuerdos que se le vienen por pensar que alguien pueda envidiar lo más horrible que puede ser vivido.   En eso comienzan a verse las primeras casas de la ranchería junto al camino.

Bueno, Pedro, aquí me quedo, pero seguramente tendremos oportunidad de seguir platicando. Bienvenido a
San Juan.

Gracias, Cándido. Buenas tardes.

Cándido deja el camino hacia una de las primeras casas donde una hermosa joven lo espera afuera de la puerta con un niño en los brazos y otro más grandecito de pie muy pegadito a ella. Cándido le da un beso y toma al bebé quien se ríe con esa risa sonora y diáfana de los chiquitines. El niño mayorcito extiende sus bracitos pidiendo así a su padre que lo tome también.

Pedro mira con envidia el cuadro.  Luego siente que todo le da vueltas.

Y en uno de esos curiosos arranques que todos hemos tenido cuando menos encajan, se dice a así mismo con
voz muy queda:  Pues sí, ahora estámás linda que nunca.  La pareja se asombra al ver al caminante dar media vuelta y comenzar a alejarse muy lentamente.

Qué extraño  --dice Cándido-- ¿Por qué se habrá devuelto? Si regresaba muy contento a su casa.

--¿Quién será?--

Me dijo que se llama Pedro Campos.

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