EL CIELO SIN ESTRELLAS
(Escrito por nuestro amigo Daniel Ramírez Meléndez)
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Tardó tanto que pensé que nunca iba a suceder. Por fin tengo una niñita a la que debo criar, es el fruto de mi amor con Liliana.

Llegué a la oficina, mis compañeros me felicitaron, saqué una bolsa llena de chocolates y los repartí, algún día —pensé — mi niña va a poder comer chocolate: “papá, cómprame un chocolate” me va a decir, y no escatimaré las monedas, la llevaré orgulloso a la tienda más cercana y se lo compraré, y feliz veré cómo lo come.

Habrá noches, en que junto con Liliana, saldremos al patio y haremos una fogata, y asaremos bombones y le enseñaré las estrellas.

—Mira mi niña —le diré—, esas son las estrellas, ¿te gustan?
—Son muy bonitas ¿qué son papito? —me va a preguntar.
—Las estrellas son lo que tú quieras que sean, cualquiera que sea la respuesta no les quita lo maravilloso, son hermosas entendidas como soles lejanos o como ángeles que desde el cielo nos cuidan, de una u otra forma, son parte de la creación de Dios.
—Papito, quiero una estrella.
—Un día me escaparé al cielo, traeré un pedacito de estrella y lo prenderé a tu cabello.

Viendo a las estrellas, soñé con el día en que tendría en mis brazos a un bebé, un niño o a una niña, que supiera que era parte de mí, y que con algo de temor supiera que es mi responsabilidad, mi maravillosa responsabilidad.

Viendo las estrellas, me enamoré de Liliana y me perdí en la luz de su mirada. Viendo las estrellas, volví a creer en Dios, y nunca más vi como signo de debilidad la fe.

Al salir de la oficina, quise participar a las estrellas de mi felicidad, esperé a que el metro saliera a las estaciones de la superficie para saludarlas. Entonces, sucedió algo terrible: ¡en el cielo no había estrellas! Sólo son cuatro estaciones de superficie en la línea ocho del metro, cuando el tren volvió al túnel me pregunté angustiado: ¿Dónde están las estrellas?

Tal vez es sólo que está nublado —pensé —pero no vi ninguna nube, es más, ahí estaba la luna que brillaba intensamente. Tal vez, es que Dios, molesto por la soberbia de la humanidad la dejó sin luz, y nos hemos quedado solos. Tal vez, es que los lejanos soles se alejaron de nuestro campo de visión, que el Universo aumentó su velocidad de escape y está por disolverse.  Entonces, mis sueños no serán ya posibles, los sueños de mi niña ni siquiera van a existir, vamos a disolvernos en la nada.

Tal vez...

Ya no pude pensar más, porque el metro salió a la superficie para entrar a la última estación, ansiosamente, rápidamente, empujando a la gente, salí de la estación y levanté mi vista al cielo, y no, las estrellas no estaban ya más, y no había nubes que las taparan, la luna brillaba intensamente, el cielo aunque oscuro se veía limpio. Las estrellas se han extinguido, así como el mamut es hoy una imagen de estampa, de esa forma las estrellas en el futuro serán sólo un vago recuerdo, será más difícil soñar.

Cuando le diga a mi niña: “llena tu mente de estrellas para que encuentres la luz en la oscuridad”, no entenderá lo que le digo, se quedará pensativa un rato, ahí frente a la misma fogata, en la que Liliana y yo a lado de ella asaremos bombones, donde le contaremos cuentos, entonces, ella, niña al fin, me preguntará llena de curiosidad:

—Papá... ¿qué son las estrellas?

Por inercia señalaré al cielo, ella levantará su vista y al no ver nada me preguntará una vez más.

—Papá... ¿qué son las estrellas?

Desesperado, al no tener palabras para describírselas, tomaré un tronco de la fogata y la  revolveré a forma de que escapen chispas.

—Así como esas chispas que escapan de la fogata, así son las estrellas, pero repartidas por todo el cielo.
—¡Tú estás loco papá! —me responderá riendo —en el cielo sólo flotan la Luna y el Sol.

Y riendo correrá por el patio y jugará olvidándose de su infantil curiosidad. ¿No es terrible? Habrá un día que será normal que en el cielo no haya estrellas, que será normal que en la mente no haya sueños, habrá un día en que la oscuridad será parte de la rutina. De haberlo sabido, no habría traído a mi hija a un mundo sin luz.

Dormité un poco en el camión rumbo a casa, con la esperanza de que al despertar todo hubiera vuelto a la normalidad. Pero no sucedió, crucé la puerta de mi hogar convencido de que ya no existían las estrellas.

—Hola Liliana, ya legué.

Mi esposa me recibió con un beso.

—Anda, ve a ver a Luz María —así se llama mi niña— dale un beso —me dijo.

Arrastrando mis pasos, fui  a la habitación, al llegar a la puerta, escuché que la bebita balbuceaba, que de vez en vez reía, su felicidad me dio tristeza, porque la felicidad de los niños es sólo cuestión de ignorancia, conforme se va aprendiendo, ésta va desapareciendo, yo por lo menos tuve las estrellas una parte de mi vida, pero ¿y ella?

Abrí la puerta de su cuarto, lo que vi me dejó maravillado, me llenó de felicidad: ¡aún había estrellas! Estas habían bajado del cielo para ver a mi niñita, y jugaban con ella, y ella divertida reía.

—¡Sí hay estrellas! —grité lleno de jubiló, corrí a lado de mi esposa, la abracé y la besé repitiendo que sí había estrellas.

Cuando nuestros labios se separaron ella me dijo:

—¡Por supuesto que hay estrellas! ¡Siempre las ha visto! No entiendo esa obsesión tuya por las estrellas.
—Mi vida, no hay estrellas en el cielo, todas están aquí de visita con Lucesita.
—¡Estás loco!
—¡Te lo juro! ¡Ven!

Jalándola la llevé al patio para mostrarle el cielo sin estrellas, después, la llevaría al cuarto de la bebita y le mostraría que ahí estaban todas de visita.

Pero en el cielo brillaban todas las estrellas, más hermosas que nunca, estaban en su lugar Orión, Sirio, Pegaso, Las Pléyades y todas las demás constelaciones.

—Mi amor te juro que... —dije mortificado.
—¡Estás loco! —me interrumpió ella riendo.

Agaché la cabeza.

—Pero te amo, precisamente porque estás loco. —me dijo y volví a ser feliz.

La besé largamente en la boca, volvimos a casa.

—Anda, ve a darle un beso a la nena y vente a cenar.

Al llegar, mi pequeñita dormía, al darle su beso, despertó; y entonces note que sus ojitos brillaban de una manera especial, que su sonrisa estaba llena de luz, y lo entendí: ¡dos estrellas no volvieron al cielo y se quedaron en su mirada! Abrí la ventana y busqué, y sí, ahí en Orión faltan dos pequeñas estrellas.

Mi niñita tiene en su mirada dos estrellitas que decidieron no volver, mientras cenaba pensaba en eso, y sonreía lleno de felicidad.

—¿Qué te pasa? —me preguntó Liliana, estás muy raro.
—Nada mi amor —le dije— no me hagas caso ¡estoy loco!

DANIEL RAMÍREZ MELÉNDEZ
29 DE JULIO DE 2006  00:42 A.M.
CIUDAD DE MÉXICO.

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