CAJITA DE MUSICA
(Escrito por nuestro amigo Daniel Ramírez Meléndez)

Una noche, al salir de la oficina, caminé el trecho que la separa de la estación del metro más cercana; la calle estaba oscura y hacía mucho frío, de pronto tuve la sensación de que alguien me seguía, al voltear noté que una figurilla se ocultaba tras un poste. Continué mi camino y sentí nuevamente los pasos, volteé súbitamente y pude verla: era una pequeña niña que no tendría más de cuatro años, la luna iluminó su carita y pude ver su tímida sonrisa, su tez morena clara y sus ojitos negros que miraban con tristeza.

Al verla tan desamparada quise acercarme a ella, pero al notarlo se echó a correr y se perdió en la calle inmediata, al llegar a la calle aquella no la vi por ningún lado, no había ningún auto donde pudiera ocultarse, por eso deduje que viviría por ahí y se había metido a su casa.

Llegué a mi hogar en el que vivía solo, tomé una taza de café que me cayó pesado pues no pude dormir, estaba en ese extraño estado de sopor entre el sueño y la vigilia cuando en medio de la oscuridad escuché una voz infantil que dijo:

—Papá, ya llegué.

Me puse de pie restregándome los ojos y ahí frente a mí estaba la chiquilla que había visto unas horas antes, tenía en sus manitas un carro de juguete que había estado guardado en el cuarto de trebejos y que había sido mío cuando era niño.

—Papá —me dijo— este carrito es muy bonito, pero yo quiero una muñeca.

¡Era misterioso! ¡era maravilloso! no entendía cómo esa niña podía haber entrado a mi casa, ni en que forma entró al cuarto de los trebejos que estaba cerrado con llave; por qué me llamaba papá, pero eso poco importaba en ese momento; esa linda chiquilla quería una muñeca y debía dársela.

Seguido por ella me dirigí al cuarto de trebejos en el que efectivamente estaban las cajas abiertas y su contenido regado por infantil curiosidad; busqué entre mis llaves y con una de ellas abrí un viejo ropero que había al fondo, de la repisa más alta bajé una caja de la que saqué una muñeca de trapo, se la di a la nena, sus ojitos se iluminaron y me dijo feliz:

—¡Papacito! ¡Te quiero mucho!

Se sentó a jugar y fue maravilloso verla en su mundo de fantasía, escuchar su tierna voz platicando con la muñeca, ver su linda sonrisa y el brillo de sus ojitos en los que ya no había tristeza.

Cuando iba a poner la caja en su lugar vi entre su contenido una pequeña cajita de música, me acerqué a la chiquilla y con la cadenita que tenía se la colgué en su cuello, le enseñé cómo darle cuerda y con sus frágiles deditos dio varias vueltas al botoncito y se empezó a escuchar una canción que llenó de magia el cuarto en el que estábamos; la niñita escuchó las suaves notas y las tarareó, fue muy hermoso, la luz de la luna iluminaba tenuemente la habitación y la luz de sus ojitos me iluminaba a mí. Pero poco a poco todo se fue obscureciendo hasta que me vi solo en mi habitación en medio de las tinieblas; en el ambiente aún flotaban las notas de la linda canción y se escuchaba como un murmullo la voz de la niña tarareándola.

En mi corazón había pesar, un nudo en la garganta me atormentaba, sentía en mi pecho una opresión dolorosa y un gran vacío dentro de mí.

Llegó el alba y como todos los días de mi vida me bañé, tomé un café cargado y me dirigí a la oficina;  en el transcurso de ese día arreglé asuntos importantes, mi cuenta en el banco aumentó, pero también aumentó mi soledad y el vacío de mi alma.

A la hora de la comida, como no tenía apetito caminé por las calles cercanas a la oficina; al pasar frente a una escuela la vi; estaba sentada en una banqueta viendo salir a los niños; en su mirada había tristeza, me acerqué a ella, pero al notar mi presencia se puso de pie rápidamente y se alejó corriendo, quise alcanzarla y una vez más se perdió; era sin duda una situación extraña pues no podía ser que también en esa calle viviera.

Por la noche al llegar a mi casa estaba agotado, me tumbé en la cama y me quedé dormido inmediatamente; desperté muy entrada la madrugada, entonces escuché su voz:

—Papá, ya llegué.

Tenía en sus manos la muñequita y en su cuello la cajita de música.

—Papá, está muy bonita mi muñequita y la canción me gusta mucho.

La miré con ternura y pensé en lo maravilloso que sería que esa niña realmente fuera mi hija.

Me acerqué al librero, tomé un volumen de cuentos infantiles y se lo di, lo abrió y sonriendo miró los dibujos, de repente rompió el silencio.

—Papá, léeme un cuento.

Y leí cuantos cuentos me pidió, y como en mi infancia mi corazón se alegró con los Tres Ositos, con Hansel y Gretel, con Caperucita Roja y la Cenicienta;  mientras le leía y observábamos las ilustraciones la nena le daba cuerda a la cajita de música y la magia de sus notas llenaba la habitación. Pero como el día anterior la luz de la luna se ocultó tras una nube y el cuarto se invadió de tinieblas, y cuando volvió a iluminar estaba solo en mi habitación con el libro de cuentos en mi mano y con el vacío de mi ser aún más grande.

A la mañana siguiente me dirigía a la oficina cuando la vi nuevamente en la entrada de la escuela, mi corazón latió fuerte y apreté el paso, pero cuando me vio se echó a correr otra vez, pero esta vez no estaba dispuesto a perderla y fui tras ella, ya lo había pensado y decidido: si era una niña desamparada la traería conmigo y la cuidaría, iría a la escuela, le leería cuentos para que se durmiera, le compraría las más lindas muñequitas, sería feliz viéndola darle cuerda a la cajita de música que la arrullaría, sería mi niña de verdad.

Toqué desesperadamente a la puerta de todas las casas de la calle en la que se perdió, cuando preguntaba por la niña de ojos tristes, pequeña y frágil, me miraban cómo se ve a un demente y cerraban la puerta.

Finalmente me rendí y abatido fui a mi casa, descorché una botella de tequila y bebí hasta vaciarla, vencido por el alcohol me quedé dormido.

Cuando desperté era de madrugada, todo estaba oscuro, y mi alma que lo esperaba se sintió feliz cuando escuché su voz como el canto de un angelito:

—Papá, ya llegué.

Esta vez no me pude contener y la abracé, la niña estaba asustada y temblaba como un pajarillo con frío, en sus ojitos había mucha tristeza...

—Papacito —me dijo al borde del llanto— léeme otra vez el libro de cuentos.

Y le leí el libro, reímos con los Tres Cochinitos, con los 101 Dálmatas, y lloramos por las desventuras del Patito Feo, y aunque en ese momento leía su final feliz cuando se dio cuenta de que era un hermoso cisne, mi niñita seguía llorando, dejé de leer y le hablé:

—¿Por qué lloras… hijita?
—Porque nunca voy a poder leer este libro —dijo muy triste.
—¡Sí podrás! - le dije optimista - irás a la escuela, verás qué bonito es.
—Y esta muñequita de trapo que siempre sonríe —continuó la nena— y esta canción de la cajita de música, nunca serán mías —agregó y siguió sollozando.
—Sí, mi niña —le dije con tristeza desesperada— son tuyas, te las regalé desde el primer día —pero ella seguía llorando sin escucharme.
—No, papá —dijo entre sollozos— nunca van a ser mías, porque tu ya no quieres amar. ¡Yo nunca voy a nacer!

Y la niña desapareció, pero aún se escuchaba la suave canción de la cajita de música y como fondo el llanto de la pequeña. Todo se obscureció y quedé solo en medio de la oscuridad, poco a poco la melodía y el llanto que le acompañaba se perdieron.

Fui al cuarto de trebejos donde en realidad las cajas estaban cerradas y el ropero intacto; abrí las cajas y regué su contenido como lo hubiera hecho una hija curiosa, abrí el ropero y saqué la muñequita de trapo, abrí el cofre de madera, saqué la cajita de música y le di cuerda, escuché su melodía, pero era triste, porque una vez más en medio de sus notas escuché el llanto de mi niña no nacida y el de mi corazón, era un llanto lleno de tristeza y desesperanza.

DANIEL RAMIREZ MELENDEZ
28 DE JUNIO DE 1998
CIUDAD DE MEXICO

Puedes ver el video que Daniel creó para este cuento en ésta dirección:

http://www.youtube.com/watch?v=oIpycnMboHs
 

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