Por todas partes se habla de la violencia de la escuela secundaria, de la rebeldía sin límites de adolescentes convertidos delincuentes juveniles. Algo está ocurriendo para que el problema se haya convertido en una plaga que cada vez más ocupa los medios de comunicación y ha obligado a las autoridades a tomar cartas en el asunto. Ahora un nuevo libro sobre el tema deja claro que el problema se origina en la más tierna infancia y que los culpables son también las principales víctimas: los padres.¿QUIEN MANDA A QUIEN?
(Publicado en los foros de Univisión)¿Quién manda a quién?
Javier Urra, autor del libro, habla por experiencia, no en vano ha sido el primer defensor del Menor de España, aparte de educador y psicólogo con la especialidad de clínica de administración de justicia. Para Urra la violencia infantil y adolescente es resultado de errores educativos en el hogar, siendo la razón última el deseo de los padres de “seducir al niño, los padres quieren que sus hijos les amen y por ese deseo se crían hijos tiranos”.
Por todas partes nos encontramos con niños malcriados, sin límites, que ordenan y chantajean a sus padres. Son niños que el día de mañana serán adolescentes agresivos con conductas violentas. “Tenemos niños hedonistas, nihilistas que han perdido el respeto a sus mayores y sólo ven en sus padres cajeros automáticos. Tenemos un problema de educación”, afirmó en una entrevista con Telemadrid.La situación, lejos de mejorar, ha ido agravándose con el tiempo: “Antes esto no sucedía. Había una autoridad que se ejercía desde muchos ámbitos. Desde el gobierno, desde la Iglesia, desde la escuela y desde la familia. Parece que se ha producido la ley del péndulo. Ahora, estamos en el otro extremo. Hemos buscado la igualdad con los hijos, pero hemos perdido todo su respeto. Cada vez es más habitual escuchar a un padre eso de ‘no puedo con mis hijos’ y a un niño de 3 años decir ‘porque me da la gana’. Parece increíble, pero es así: nos es imposible educar a un niño de 7 años”, afirma.
La educación empieza al nacer.
Las conductas chulescas, maleducadas, impertinentes de un adolescente de 15 años son muy difíciles de cambiar: el chico se comporta como se ha comportado toda su vida y esas pautas son muy difíciles de erradicar a esas edades. Los educadores son conscientes que es en la más tierna infancia cuando se puede hacer algo: “Hay esperanza (de cambiar) a un niño de cinco o seis años que se porta mal, es desobediente y falta al respeto. A estas edades las conductas, bien encauzadas, son modificables. Otra cosa es lo que ocurre con un adolescente”, afirmaba Teresa Lago, directora de una escuela primaria en Madrid en una reunión para tratar la falta de disciplina de un grupo de seis años.
“Lo que no es normal es que los hijos se comporten como déspotas. Hay que saber cuándo decir no y cuando se dice no, es no. Hace falta constancia, perseverancia y coherencia en las normas. No se puede prohibir ver la tele tres meses como castigo y a los cinco minutos dejar que la vea como si no hubiera pasado nada”, afirma Urra. De hecho una de las recomendaciones de su libro es que la disciplina del niño debe estar basada desde el principio en “las tres Cs”: coherencia, consistencia y continuidad.
Agrega que sembrar en el niño la empatía, la capacidad de compadecer al prójimo: “es el antídoto de la violencia” y que sobre todo los padres tienen que aceptar que la “frustración por no conseguir todo lo que se quiere, la sanción y los límites son parte esencial de la educación”.
Maleducar a niño significa consentirle, dejarle hacer todo “para evitar que se traume”. De hecho para el autor “aceptar y afrontar la frustración de no lograrlo todo produce una personalidad más sana, equilibrada y madura”.
“Si los padres ponen límites firmes a los hijos, éstos crecen mejor adaptados y con mejor autoestima”, porque si lo que buscamos es que nos quieran, malcriar es lo peor que podemos hacer: “los padres más permisivos y que ponen menos límites a sus hijos son los que acaban teniendo peores relaciones con ellos”, concluye.